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Han pasado cuatro días exactos desde que Samael se fue. Clemencia me ha contado un poco acerca de su pueblo, me comenta que tienen algunas creencias arcaicas. Es un pueblo de muchos años, hablo de cientos de años. Me aclaró que no tiene familia allí, si no que tiene muchas amistades las cuales considera familia. Me pidió que me fuera con ella, al principio me negué, luego ella me cuestionó acerca de lo que iba a hacer tan pronto ella no estuviera. Lo cual no pude responder. No tenía ni idea. Vendió la cafetería y vendió este hogar. Ahora nos encontramos empacando nuestras cosas, más bien las de ella. Nos vamos en tres días, precisamente el día de mi cumpleaños número veintiuno. Al terminar de empacar decidí ir al cementerio a despedirme de mi familia, ya que no se en cuanto tiempo los pueda volver a visitar. Clemencia insistió en acompañarme, pero quería hacerlo sola. El sol está en su punto más alto, pero no quita que el frío sea intenso. Busco sus lápidas y no puedo evitar sentir una nostalgia inmensa. Siento que los abandono, sentimiento que hace que mi corazón se encoja de forma dolorosa. Comienzo a limpiar sus tumbas, de hojas muertas y alguno que otro pétalo caído. Me detengo en el nombre de papá y recuerdos vienen a mi.

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- Mi niña grande estás preciosa - dice mi papá mientras bajo las escaleras para el baile - Aún recuerdo cuando te cargaba encima de mis hombros para ir a comprar helado - dice con nostalgia. Sonrío con ternura y corro hacías sus brazos. Ji

- Gracias por ser el mejor papá del mundo mundial - ríe ante mi comentario, es algo que siempre le he dicho, desde que tengo uso de razón. Escuchamos el sonido de la puerta y sé que Josh ha llegado por mí. Una mueca de desagrado se le forma en el rostro a mi papá.

- Ya hemos hablado de esto Aurora, recuerda que nadie puede obligarte a hacer nada que no quieras. Hay un buen hombre esperando por ti en alguna parte del mundo no apresures las cosas, haz todo siempre por amor.

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Mi padre desde que tengo memoria me repetía la misma oración "Hay un buen hombre esperando por ti" supongo que se refería a cuando encuentre mi compañero ideal. Josh era mi mejor amigo desde siempre, este me dejó sola en mi peor momento. Dejó de hablarme en el preciso momento en el que los rumores de que yo había asesinado a mi familia se habían esparcido. Nunca había sentido tanta traición. Vuelvo a la realidad desechando recuerdos que todavía no sanan.

- Me marcharé del pueblo familia, juro tenerlos siempre presentes en mi corazón y mente. No saben la falta que me hacen y lo mucho que los extraño. Les prometí vivir por ustedes y eso haré o intentaré. - a este punto ya mi voz estaba ronca por las lágrimas - Los amo tanto - dije en un susurro, mis sollozos eran fuertes. No podía parar de llorar.

Al levantarme note la presencia de alguien a mi lado izquierdo gire mi rostro hacia este ángulo y un hombre alto, pálido y con mirada siniestra me observaba desde una distancia prudente. Mis alertas se encendieron al instante. Comencé a caminar a paso apresurado. ¿Será la misma persona de la noche anterior? El miedo estaba presente en mi interior, mi corazón quería salirse e irse corriendo también. Era espeluznante lo que emanaba aquel ser. Gire mi rostro hacia su dirección y no se encontraba allí. Mi pulso se detuvo por completo en el momento que mi cuerpo chocó contra algo o más bien alguien, estaba a punto de caerme cuando sus brazos me sostuvieron. Levanté mi rostro y ahí estaba. Sus ojos brillaban con alivio.

- Señor, ¿Qué hace aquí? - dije aturdida por la situación y tratando de escaparme de entre sus brazos.

- Vine por ustedes - su voz sonaba molesta, preocupada y algo agitada - Clemencia me comentó que habías venido a visitar a tu familia quise venir a acompañarte, perdona si lo encuentras inapropiado. ¿Por qué estas tan agitada? ¿Estas bien? - preguntó soltándome por fin.

- Si solo es que, había alguien, pensé que estaba sola. Solo fue un susto, quizás alguien visitaba alguna tumba. Me dio un poco de temor. - cerré los ojos ante mis palabras. No quería parecer una cría asustada, pero aún sentía escalofríos recorrer mi espalda. - Pensé que nos íbamos en tres días - dije tratando de cambiar el tema y con algo de curiosidad.

Su boca se abrió para contestar entonces su rostro se tensó y pausó su vista en un punto específico del lugar, por inercia dirigí mi vista hacia allí, no había nada, pero me sorprendí al notar que miraba el mismo punto donde se encontraba la persona antes que el llegara. Mis manos temblaban. El destello rojo en sus ojos se hizo presente, me separé de él al instante. No le temía, pero es que no era normal.

- Quédate cerca - dijo mientras me arrastraba hacia él. Me pegué a su cuerpo como una lapa, no sé por qué razón me sentía protegida, él era un completo extraño, pero el miedo que sentía en aquel lugar me consumía completamente.

- ¿Qué está sucediendo? - me atreví a preguntar.

Iba a contestarme, pero un estruendo casi como un trueno nos dejó helados en el mismo lugar. No había ni siquiera una nube en el cielo, era imposible que hubiese sido un trueno.

- Mi luna- mi cuerpo reaccionó hacia el apodo haciendo que mis mejillas se tornaran rojas - por favor no te despegues ni un segundo de mí. No importa lo que veas, no importa lo que oigas. No te separes de mí lado.

- Aurora -escucho una voz familiar que hace que caiga de rodillas - Mi pulsera Aurora, se ha roto mi pulsera - la veo y está con sus ojos llorosos, sus pecas esparcidas, sus ojos verdes no estaban presentes, los remplazaba una profunda oscuridad en cada uno de ellos. Quise correr hacia ella, quise abrazarla, pero los brazos de Samael no me dejaban avanzar.

- ¡ESMERALDA! - grité con dolor mi voz tuvo que haberse escuchado en todo aquel inmenso cementerio- ¡SUÉLTAME! - le pedía con súplicas a Samael - Quiero ir con ella - dije en susurro - Por favor suéltame. - a este punto me faltaba el aire.

- No es ella, preciosa. No es Esmeralda, no te separes de mi por favor. No me perdonaría si algo te pasara. – decía este con tristeza, con suplica, pero no me importaba yo quería tocarla, quería sentirla, quería irme con mi hermanita.

Esmeralda comenzó a tornarse de un gris oscuro, por impulso retrocedí arrastrándome hacia atrás, a lo que ella sonrió de la manera más siniestra que he podido ver. No podía seguir moviéndome, Samael trataba de que avanzara, pero es que no podía moverme. Esa no era mi hermanita. No era mi Esmeralda. De pronto esta comenzó a volverse más grande, más alta, y dejó de parecerse por completo a mi niña. Esta vez era un espectro, como los que me esperaban en las puertas del cementerio la última vez que estuve aquí.

Oscura realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora