3. Una vida complicada.

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Mi vida no fue, es y será un camino de rosas. Creo que desde que tenía dos años he vivido sola. Moviéndome por toda España, aprendí por mi misma a sobrevivir.
Entraba en tiendas, lugares abandonados, para conseguir cosas imprescindibles, como ropa, comida y armas. De esta forma conseguí mi cuchillo. El arco y la pistola los encontré en el campamento de un hombre muerto. Me acuerdo como si fuera ayer: el cuerpo, que varias semanas en descomposición, olía que alimentaba y tuve que apartarme a vomitar. Entonces encontré la pistola, con muchos cartuchos, y el arco. Por entonces tenía unos 4 años.
Así que a una edad muy temprana tuve que aprender a disparar, y por mi misma. El arco tardaría un poco más, ya que era mucho más complejo y tuve que fabricarme yo las flechas. Cabe decir que las primeras eran una verdadera birria, pero fui mejorando.
Es decir , supervivencia en estado puro. No he conocido otra forma de vivir, al menos que yo recuerde.

La verdad es que tuve una suerte de infarto para sobrevivir desde tan pequeña.

Y así, poquito a poco, iba avanzando, sin salir nunca de España, normalmente en lo que, según Rubén, antes era el territorio de la provincia aragonesa. Sobrevivir es mi lema, aunque tenga que cargarme medio mundo zombil para ello.

Pero España está seca. No hay posibilidad de aguantar más en ella; cada vez hay mas zombies, y los víveres escasean.
Debo marcharme, si quiero seguir existiendo. Irme lejos, donde tenga posibilidades.

Inglaterra.

Según Ruben, que tiene contactos por casi todo el globo, es la única ciudad de Europa que aún resiste a la epidemia. Está claro que allí es donde debo ir.

Con estos pensamientos me levanto esta mañana. No tengo alternativa.

Recojo lo útil, que no es más que mis cuatro prendas de ropa, mi pistola con las balas, mi arco con las flechas, mi cuchillo, medicinas, la linterna con una caja de pilas, lo que sobró de la cena de anoche y alguna cosa más. Es lo que tengo, y lo que necesito. Lo meto todo en una mochila vieja, menos las armas, que debo llevar siempre a mano para cuando las necesite.

Antes de salir, escucho atentamente. Parece que fuera no hay nadie. Abro con cuidado, por si las moscas. No, no hay nadie.

Salgo. No me preocupo en volver a echar el cierre. Total, no pienso volver.

Empiezo a andar por las calles, observando los sitios por los que he pasado hace unos cuantos meses. Me cruzo con un par de zombies, a los que esquivo. Tengo un largo viaje por recorrer, debo gastar las menos balas posibles.

Mi plan es simple: debo llegar a Bélgica, donde hay todavía un puertecito con uno o dos barcos en funcionamiento que pueden llevarme al Reino Unido. No tengo ni idea de si son barcos de carga o de pasajeros, pero ahora mismo ese es el menos de mis problemas.

Al fin alcanzo la parte de ciudad que ya no tiene nada de ciudad, sino que la vegetación está tan extendida que mas bien es un bosque. No miro atrás; no puedo decir que haya tenido buenos recuerdos en aquel lugar. Bueno, ni en aquel ni en ninguno. No había nada que me anclara emocionalmente a España.

Me interno en la espesura. Hay cantos de pájaros; hace mucho que no escucho esos sonidos. No me disgusta, tampoco.
Allí puedo ir un poco más suelta. Por experiencia, los zombies no suelen meterse en bosques ni sitios sin mucho espacio. Prefieren espacios abiertos.

Sin embargo, nunca se sabe.

Sigo avanzando. No tardaré mucho en llegar a la frontera entre España y Francia, ya que donde yo me encontraba no se hallaba lejos de allí.

-¿Te vas?-

Me sobresalté y me llevé una mano a la pistola, hasta que distingo el timbre.

No tendrías que haber bajado tanto la guardia.

Me giro y allí está. Rubén. El único amigo que tengo aquí. Tiene unos preciosos ojos verdes y pelo castaño claro que lleva siempre muy despeinado. Me mira con una sonrisilla de suficiencia.

Claro que era él. Es el único capaz de asustarme así.

-¿Qué quieres que haga?-

Él me mira sin entender.

-Aquí no podremos aguantar mucho más.-

-¿Y a dónde te vas?-

Dudé antes de responderle.

-A Inglaterra.-

-Ellos dentro de poco acabarán como nosotros.-

-Mientras dure...-

Hubo un minuto de silencio. Me di la vuelta para marcharme, hasta que habló de nuevo.

-¿Y me dejas solo?-

Solté un bufido.

-Conoces a más gente que yo. Puedes irte con quien quieras.-

Se quedó callado.

-¿Qué? ¿Te has quedado sin excusas?-

¿Me sacas dos años y soy capaz de ser más mordaz que tu? Idiota.

Me volví a dar la vuelta.

-Cuídate.-

Me quedé en shock. Si, Rubén y yo éramos amigos y tal, pero... no sé nunca nos decimos esas cosas.

-Lo... lo mismo te digo.- respondí.

Rubén me volvió a sonreír, esta vez normalmente, y yo le dirigí una mueca que podía interpretarse como una sonrisa.

Me volví a girar y ésta vez para marcharme definitivamente. Empiezo a andar, y noto sus ojos verdes clavados en mi nuca, hasta que la vegetación le oculta. Ya está, no hay vuelta atrás.

Después de varios días andando, descansando al aire libre y sin encender siquiera fuego para evitar atraer a los zombies, alcanzo los Pirineos.

Mierda, ¿cómo voy a pasar esto ahora? Tenía que haberlo pensado antes, soy una idiota.

Me quedo plantada, sin saber que hacer. Empieza a atardecer, así que decido montar el campamento y miro por los alrededores. No parece haber nadie. He tenido mucha suerte, no me he encontrado un solo zombie en todo el camino.

Tengo hambre, y por desgracia se agotó la comida la noche anterior, así que agarro mi arco y me dispongo a cazar.

Sigilósamente, me acerco a una madriguera y espero a que aparezca algún conejo. Encontré la madriguera increíblemente rápido, he tenido mucha suerte. Un conejo sale rápido y lo atrapo en el momento. Con el cuchillo le corto la cabeza y me lo llevo al campamento. Al final no he tenido que gastar ninguna flecha, por suerte.

Le despedazo, lo aso en el fuego y me lo como. Menos mal que tenía ya experiencia en la caza, si no sería un asco. Me guardo la piel después de limpiarla, tal vez me sirva para algo.

Intento dormir, pero estoy desvelada, sin saber por qué, pensando en Ruben. Recuerdo bien que hace tiempo el admitió que quería algo más conmigo. Fingí no haberle oído, y él no volvió a repetirlo.

Porque, ¿de qué sirve enamorarse en un mundo condenado al exilio?

Decido sacar a Rubén de mi mente, y pienso en el plan para mañana. Tengo que pasar los Pirineos como sea.

Voy a llegar a Inglaterra cueste lo que cueste.

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