Jeon Jungkook.

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Si el diablo reviviera del purgatorio; posiblemente tendría su rostro. Porque no había nadie en todo el mundo tan orgulloso y engreído como él, que vivía guiado únicamente por sus gustos y placeres. Él, que creció en una cuna de oro, sintiéndose como un completo rey, era la perfecta combinación entre el paraíso y el inframundo. Fue criado como el mejor entre todos sus hermanos, siendo el único de los cuatro en provocar escalofríos con su presencia. Sus facciones y buen aspecto no eran más que una perfecta fachada para la monstruosidad de alma que cubría su corazón. Y en su mente lo sabía, se sentía como un conquistador, un hombre de riquezas y de mucho poder. Era el número uno, porque desde pequeño demostró ser el mejor, en todo y contra todos.

Jeon Jungkook era un ganador.

Y nadie, jamás, opacaría su resplandor. Ojalá pudieran intentarlo. Ni su madre, ni sus hermanos, ni su más grande enemigo, tomarían su reinado.

Nunca.

—No siempre vas a hacer lo que te da la gana, Jeon Jungkook.

La mujer le arrancó la mochila. Enseguida empezó a registrar cada bolsillo, cada hueco, cada esquina de todo su equipaje, manejada por una furia que le provocaba apretar el material entre sus manos. Era normal presenciar ese comportamiento para alguien que ya había experimentado una situación similar en repetidas ocasiones.

«Aquí vamos…», exhaló él.

Jungkook sonrió.

Cruzó los brazos sobre su pecho y esperó paciente. Estaba disfrutando cada segundo, pero la sangre le hervía como un dragón por dentro.

Trató de disimular. Tuvo que recostarse sobre el marco de la puerta principal mientras que su madre terminaba con la inspección diaria anti-drogas.

—¿Qué es lo que buscas? ¿Marihuana? ¿Cocaína? —gruñó—. Me la fumé toda.

Ella arrojó la mochila contra el suelo, soltándola justo a los pies del pelirrojo.

—Escúchame bien, Jeon —se plantó frente a él y le apuntó con un dedo—. ¿Te crees muy listo? Si solo eres peor que tu padre, ambos son igual de patéticos. No sabes la lástima que me da ver esos ojos en los tuyos.

Jungkook rozó sus caninos con la lengua. No dejó de mirarle, no iba a bajar la mirada.

No reaccionó al comentario, estaba más que acostumbrado a sus insultos. Su cuerpo, por otro lado, se enfrentó a la posible y próxima amenaza con fiereza, interiorizándose en una posición de ataque.

«Se viene el chantaje», pensó.

—Te conviene mantener las notas sobre el nivel del semestre pasado, ¿me escuchas? De no ser así; despídete de las tarjetas, de los coches, de los putos viajecitos a Europa, de todo. No te dejaré en paz, Jeon Jungkook. A partir de este momento, tú y tus costosos caprichitos tienen fecha de caducidad. ¡Estoy harta de tus idioteces!

—¿Algo más? —sonó engreído.

Su madre frunció aún más el ceño, arrugando el entrecejo descuidadamente. Soportar ese martirio en su piel era uno de los castigos a los que estaba expuesta cuando se trataba sobre el indeseado de su hijo.

Negó incrédula, mirándole con un desprecio mutuo.

—No voy a seguir manteniendo a un drogadicto bajo mi techo, ya me cansé de toda tu porquería. ¿Quieres ser como el inútil de tu padre? ¡Perfecto! A la calle —insistió, dándole en su punto
más débil—. Así que, advertido estás.

Así era su vida… una batalla tras otra.

Llegar a la mansión se había convertido en un verdadero campo de minas; bombas, ruido y explosiones. No había época en el que la paz haya reinado por más de veinticuatro horas en aquel lugar al que no podía llamarle hogar. La única forma en la que podía encontrar silencio, era cuando estrellaba la puerta de su habitación para encerrarse en sus propias paredes.

Él mismo se lo había ganado. Creció desde que era un crío con una actitud arrogante, era vanidoso y muy difícil de tratar. Lo sabía, sabía que era un malagradecido de mierda y sin corazón viviente. ¿Y? Nadie podía tocarle un pelo.

Jungkook conquistará tierras y reinará sobre los plebeyos para proclamar su grandeza ante los cuatro vientos. Porque todos, eventualmente, comían de su mano. Cada uno de ellos. Jeon Jungkook era un personaje inigualable. Incomparable con el resto de los mortales sobre este mundo. Exquisito, eterno, etéreo. Todos babeaban por él. Todos.

Menos el hijo de puta de Kim Taehyung.

Martirio mío. {Taekook}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora