Capítulo Cuatro

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Capítulo Cuatro

Carolina del Norte | 2010 (12 años de edad)

Lágrimas recorrían mi rostro como si de mil cascadas se tratase. Mi nariz roja, mis mejillas de igual forma, mis pestañas empapadas y mi mente intentando idear algún plan para que no me hicieran ir a aquel lugar.

El primer día de clase para una niña asocial no es fácil.

- Por favor, mamá. No me hagas ir. -Hipee mientras más lágrimas escurrian y sentía como mis mocos empezaban a salir de mi nariz.

Iugh.

- No, ____. Vas a ir y punto. Es suficiente. Tienes que socializar, hija. ¿Crees que es sano para tu salud que te la pases aquí encerrada? Te di gusto el año pasado de seguir con las clases en casa, pero he tomado una decisión y es la unica que acepto. Mañana iras a la escuela, y no se reniega nada. Punto. -Dijo severamente mi madre. Me apuntó con su dedo indice mientras me miraba con una cara bastante enojada y se fue de mi cuarto

Llore más. Estaba asustada. Nunca antes había ido a la escuela. En todos los años, desde que tenía 6 años hasta ahora, había estudiado en casa. Mamá me contrataba a los mejores profesores, los cuales iban a diario a mi casa.

Sin embargo, ese año cuando cumplí los doce, mamá había descidido que iría a la escuela.

Era una chica que muy rara vez salía de casa. Me mantenía en mi cuarto practicando los ejercicios que mis maestros me dejaban, o simplemente leía. Esto le preocupaba a mi madre, pero su preocupación se detonó en mi fiesta de cumpleaños, cuando los unicos invitados que tenía eran nuestros empleados de servicio. No tenía amigos, por lo que no tuve a nadie a quien invitar.

Fue algo realmente deprimente.

Al día siguiente sería mi primer día de séptimo grado. Por más que le implore a mamá que no me llevara, no acepto.

Eran cerca de las 10 de la noche, y yo seguía llorando.

Cuando menos me di cuenta, me dormí.

~

Sentí una luz sobre mis párpados. Intenté abrir mis ojos, sin embargo, no veía nada.

¿¡Estaba ciega?!

Oh no.

¿Por qué diablos no podía ver nada?

A paso torpe, y luego de estrellarme un par de veces con las cosas de mi cuarto, entre a mi baño como pude.

Comencé a lavarme la cara para ver si era un sueño, pero no. Estaba en mi realidad y no podía ver nada.

Hasta que restregue mis párpados y supe que había pasado.

Al quedarme dormida mientras lloraba mis ojos quedaron cubiertos de lágrimas. Al secarse pegaron entre sí mis párpados, esto hacía que no pudiera abrir los ojos.

Con un poco de agua tibia limpie mis ojos, los cuales, muy lentamente, terminaron por abrirse.

¡No estába ciega!

Me alegre al saber que si tenía vista. Salí del baño para dirigirme otra vez a mi cuarto.

Pero vi la maleta morada sobre mi cama.

Un Arcoíris De Poemas | Karl Jacobs Donde viven las historias. Descúbrelo ahora