Capítulo I

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Temporada 1

Domingo, mayo 15, 2050

12.35 p.m.

Episodio 15, final de temporada

Diez cuadras después, Santiago Fontana, el Acusado # 015, siente la necesidad de saber cuántos pasos ha dado desde la salida. ¿Más de cien? ¿Más de mil? ¿Menos de quinientos? «¿Cómo es posible que'sté metido en esto, Dios mío, cómo es posible?». No recuerda ni siquiera el punto de partida, el lugar exacto de la ciudad donde lo liberaron, tras una semana de cautiverio. Recuerda, apenas, las palabras de bienvenida de la presidenta, transmitidas al chip cerebral implantado una hora antes de la partida: «Aquí comienza tu larga senda, Acusado # 015. Sé fiel a tus propósitos... y sobrevive».

Ahora, pese a que no lleva ni siquiera una hora de competencia, ve brincar los números ante sus ojos, afiebrados ya por la demencia y la desesperación bajo el antifaz del visor holográfico. Bastó el primer encuentro con un Pionero en una esquina (aquel jovencito risueño dispuesto a matarlo), para que perdiera por completo el control de sí mismo.

«Más de mil, menos de mil, menos, ¡menos!, como más de quince mil, menos de siete mil... Cómo, cómo me metí en esto, Dios mío, ¡Omaira!, ¿cómo putas estoy metido en esto...?».

Los espectadores, desde sus casas, en proyectores 4D, o desde donde se encuentren, a través de dispositivos móviles o de implantes ópticos, lo ven correr desorientado por las transversales laberínticas del barrio Laureles, enfundado en su traje azul; lo ven resbalar o tropezarse, mientras le apunta con su pistola a todo lo que se mueva. La mayoría de ellos lamentó el destino del primer Pionero y maldijo la valerosa reacción de Fontana en cuanto lo vio aparecer, a un par de cuadras de la Avenida Nutibara.

Cuatro disparos. Los cuatro, en el pecho.

Ninguno de esos espectadores quiere, desde luego, que el Acusado venza a los demás Pioneros y obtenga, de ese modo, el perdón presidencial. El # 014, en el capítulo anterior, estuvo a punto de lograrlo, gracias a su entrenamiento militar, pero el único Pionero sobreviviente lo abatió a pocos pasos de la estación final.

—Ojalá no alcance ni siquiera la segunda estación —murmura un niño que mira el capítulo, sentado ante el comedor familiar donde todos los demás mastican sin dejar de mirar.

—Ojalá que no —reafirma su madre, por un lado de la boca; se detiene para deglutir y concluye—: este se ve que's bravito, también. Y si se gana un rifle, ¡jm! Se puede hasta llevar a otros dos muchachos.

—Ave de mal agüero —es el único comentario del padre, a la vez molesto y divertido, sin apartar los ojos de la acción en la pantalla. Hay pocas risas en respuesta, porque los demás, una hermana, una tía, un primo, dos sobrinos, permanecen igual de concentrados.

***

Un centenar de pasos después, temblando y empapado de transpiración, Fontana deja de preguntarse cuántos pasos lleva, cuántos le faltan para alcanzar la segunda estación. Deja de preguntarse cómo es posible haber resultado metido en esa «competencia». Al notar las miradas odiosas o desconfiadas de varios transeúntes (lo que hasta entonces ha evitado para no volverse loco antes de tiempo), siente en los huesos la insoportable contundencia de todos sus actos, el efecto de sus decisiones administrativas, la carga tremenda de sus recuerdos más viejos... y, sobre todo, el miedo de perder a Omaira o de que ella pierda al bebé.

«Sé fiel a tus propósitos. Y sobrevive. Sé fiel. Sé fiel a tus propósitos».

Lo habían arrestado en Bogotá, en medio de un atasco en la Avenida Pepe Sierra. Recuerda haber recibido una videollamada de su esposa mientras conducía hacia su oficina, adonde ella y sus amigos más cercanos le habían recomendado montones de veces que no volviera. Recuerda haber discutido tan sólo un par de días antes con Omaira sobre el anuncio de su postulación para ser ejecutado, transmitido a todo el país en medio del cuarto capítulo del polémico reality presidencial. «No me va a pasar nada», había tratado de convencerla durante esa discusión y ella no hizo más que mirarlo con una incredulidad y una preocupación similares a las de quien descubre que ha vivido con alguien demente durante toda su vida.

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