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—El Loco del Ejército—

Usa es alguien complicado, a tal punto en el que cada que sale de casa, sale peleado con su madre, con su padre, con su hermano, con su tío, con su tía, o incluso con el pariente que detesta solo porque no lo tiene. 

Mantiene una extraña filosofía: si el mundo no tenía porqué meterse con él, él no tendría porqué meterse con el mundo. 

Aunque el círculo de su mundo fuera más pequeño del normal. 

Él no odia, solo no le importa. Algo parecido dijo cuando lo interrogaron, solo para que no le hicieran más preguntas. 

Podía ver el mundo incinerarse en las llamas del derrumbe y él solo daría media vuelta musitando que no era su problema, que él no vivía por ahí. 

Ni bien las clases de la secundaria vergonzosa e inmadura acabaron, se tomó sus debidas vacaciones, que de hecho, en menos de dos meses estaban por acabar, por la llegada de la preparatoria y la próxima venida de la universidad.

¡Esas vacaciones eran una farsa! ¡Cortas, muy cortas!

Usa no tiene amigos, y le pareció escuchar a lo lejos los gritos agudos, chillones y aniñados de unos pocos compañeros de clase reclamándole con más gritos por el hecho de que los pintarán de aquella manera tan inaudita.

Claramente no eran amigos, a pesar de que se hayan invitado la lonchera desde los 10.

Soltó un bufido al aire, recordarlos le era igual que una jaqueca. 

Siguió caminando desprovisto de preocupaciones o intereses, le había dicho a su madre que saldría a caminar, cuando en realidad solo quería alejarse del empalagoso de su hermano mayor que le decía que estaba muy grande cada cinco minutos. 

Su hermano, indiferente a si era incómodo, llevaba molestándole todas la vacaciones, diciéndole a Estados Unidos que le pareció ayer cuando se embarraban las mejillas de pizza y jugaban con carritos y muñecas en el cobertizo, demás de —la parte que Usa más odiaba que le recordaran— las veces en que su hermano mayor gritaba con tal voz que hasta Dios escuchaba que Usa de chico era tan gordito que rodaba por la colina como una bolita.

Su padre nunca dejaba de vociferar un "Aww" mientras colocaba las manos a la altura del corazón y hundía las cejas con los ojos desbordados de ternura cuando lo recordaba.

Y su madre... se burlaba de él, obviamente, solo una madre respetable se burla de sus retoños.

—Agh. —No se esforzó en lo más mínimo en censurar sus quejas.

E inevitablemente, como sucede cada que uno recuerda algo malo para sí mismo, recordó otras cosas más que no le agradaban ni por atisbo.

La cola de la tienda cada mañana, no saber dónde poner las manos al caminar, que se le caiga el celular a la cara, que suban los precios, que no le dejen comida, que mientan cuando dicen que le toca lavar los platos, que pisen la basura que barrió, o pensar otra vez en la escuela, por ejemplo, eran unas de esas torturas mentales que los humanos nos damos cada que andamos de vagos.

Rechinó los dientes e ignoró olímpicamente a un comerciante que se le acercaba, al igual que al resto que se le acercó después. Se había visto obligado a pasar por esa calle llena de vendedores para evitar un tumulto mayor. 

Se resistió, con una gran fuerza de voluntad, a dar su opinión de que las decoraciones se veían realmente detestables ese día.

Prefería regresar, presentía el explote de su paciencia en cualquier instante, así como prefería leer alguna tontería y comer hasta que le dé un paro cardiaco. 

The Guy [Countryhumans]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora