Su Ambivalencia
Era él, como muchos, un humano: Cambiante, sentimental, pasajero e insignificante.
Nada mejor que un buen golpe de realidad.
Y en el humano era imposible evitar pasar por distintas etapas. Al terminar una y creer que sabe mucho, viene otra, y parece que en realidad no ha vivido nada.
Y, obviamente, él había estado en la sagradísima, bendita, célebre y alegre etapa que llamaban pubertad y algunos confundían con adolescencia.
Qué lindo.
—¿Por qué tuve que decir eso...?
Porque esas tardes en las que se sentaba a aburrirse en el sillón luego de quemarse los ojos con la computadora eran en realidad un recordatorio, un viaje embarazoso a su adolescencia, tan solo para recordar todas aquellas gansadas que hizo, como hacerse el pusilánime y el «pobrecito» cuando se escondía entre sus brazos pegados a la carpeta como si estuviera llorando, y como repetidas veces se hacía el humilde llamándose a sí mismo feo, y el cómo se hacía el «chico malo» porque sus padres no lo comprendían, porque decía atreverse a golpear al matón, y se enojaba de que lo mandaran a barrer, y de lo buena que era la vida cuando era un niño despreocupado con más dudas que respuestas coherentes y no tenía que preguntarse por la carrera de la universidad, y de lo tonto que había resultado el haber dicho «Ya soy grande», y de lo increíble que era cuando sus amigos tocaban su puerta y le rogaban a su madre que lo dejase salir a jugar aunque se hubiera olvidado de lavar los platos, de como olvidaba lentamente la aterradora mirada de su madre —mentira—, porque poco a poco solo recordaba como le ponía un pedazo de pastel al lado de la mesa al hacer las tareas y como esa mirada espantosa era dirigida al vecino irascible y cano del barrio que le gritó cuando, evidente e indudablemente, le tiró un pelotazo en la cara por accidente.
Y luego de intentar agacharse a recoger el lapicero de debajo del asiento, recordó también las veces que su madre le decía que se ejercitase y que no dejara de ir a las clases de gimnasia; todo porque ni bien se agachó le tronó la espalda como si los huesos estuvieran a punto de salírsele: La flexibilidad de la juventud lo había abandonado hace mucho muy cruelmente y «sin previo aviso».
Resopló, al seguir leyendo el apartado del periódico.
—Era lindo cuando el gobierno no me preocupaba...
Porque luego de eso mirar las noticias lo aterrorizaba, aunque resultara aún más aterrador acostumbrarse a las atrocidades de las malas noticias.
¿Por qué tuvo que hacer ese test vocacional? ¿Por qué ya no hablaba con su mejor amigo? ¿Su madre siempre se había visto tan hermosa con esas arrugas y sus griteríos al llamarle la atención? ¿Por qué demonios su yo pequeño no hizo caso y se lavó bien los malditos dientes? Teléfono, tienes la culpa de sus ojeras. ¿Por qué la crush que tuvo de pequeño había dicho varias veces que era lesbiana y ahora se estaba casando con Ramón? ¿Por qué le había dejado de importar la atención específica de las chicas...?
Ah, que era gay.
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Se acomodó el pelo otra vez, porque no importaba cuanto lo intentase, el cabello no le iba a quedar como en los animes e iba a terminar parando frente a su cara a tal punto en el que, en lugar de verse «cool y dark», terminaría no viendo absolutamente nada más que el moretón en su cara al ir a besar el desolado y pesado suelo.
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The Guy [Countryhumans]
De Todo𝑻𝑮 | Y en la ciudad del atardecer, de la harina de trigo y el café de flores, habitaba él. [...] Las más distantes leyendas cuentan de estos muchachos, residentes en la ciudad más bella del mundo, con el mar más mágico, las personas más diversas...