"El hombre que no conoce el dolor no conoce ni la ternura de la humanidad ni la dulzura de la conmiseración".
Jean-Jacques Rosseau
NOAH
La luz en el pasillo era incandescente y parpadeaba, acompañando sus pasos. Al fondo, la puerta se encontraba entreabierta, pero no era capaz de identificar las voces ni atisbar ningún rostro, más allá de la oscuridad que albergaban las sombras.
La luz solo apuntaba a la niña.
Ella se encontraba delante de él, agarrada a la mano de un hombre.
El hombre la obligaba a caminar a paso firme.
Ella andaba despacio, con un camisón de color blanco y el cabello castaño suelto, por debajo de sus hombros.
Allí hacia demasiado frío y la niña estaba descalza, deberían haberla abrigado.
Ella temblaba y sus pies, dubitativos, se pararon en mitad del pasillo, oliendo el peligro.
Allí era demasiado tarde y la niña era muy pequeña, debería estar durmiendo.
El hombre agarró su mano y la obligó a dar un paso más, arrastrándola hacia las sombras.
Allí había demasiada oscuridad y la niña estaba asustada, deberían encender la luz.
Ella emitió un murmullo ahogado y su cuerpo intentó girarse en la semioscuridad, buscándole con unos ojos grandes y verdes.
Él intentó hablar, pero el eco del sonido de las ratas ahogó sus palabras.
Ella comenzó a llorar y el hombre la cogió en brazos.
Él intentó dar un paso más, pero su cuerpo era plomizo y se sintió muy cansado.
Ella chilló y alzó las manos en su búsqueda, pero él no pudo agarrarla.
Al fondo, la puerta se abrió de pronto y el sonido de las voces fue estridente. El pasillo se envolvió de risas de júbilo, expectantes y ansiosas.
La niña ya había llegado hasta ellos y la luz parpadeó con más fuerza, cegándole.
Intentó gritar.
Intentó avanzar.
Intentó convertirse.
Intentó salvarla, sin éxito.
Y en un último relámpago, le llegó la imagen.
La mitad del rostro del hombre, monstruoso, mostrándole una piel que un día ardió en llamas.
La puerta se cerró a sus espaldas y después... Silencio.
Noah despertó en mitad de la madrugada, envuelto en sudor. Su cuerpo temblaba y se esforzó por controlar su respiración, mientras sus ojos se habituaban a la oscuridad de su apartamento. Estaban totalmente amarillos, primitivos, dispuestos a atacar. Ahogó una maldición y se sentó en la cama, apoyando los pies en la frialdad del suelo. Todavía necesitaría unos minutos más para calmarse.
Cuando las pesadillas le atizaban, sus sentidos refulgían y su lobo interior despertaba con ansias, de una forma salvaje, tanto como si la luna llena le iluminase de madrugada. Después de tantos años todavía no estaba acostumbrado a la sensación punzante que se instauraba en él tras esos sueños. Era un sentimiento que muchas veces iba más allá de la angustia y la desolación, sobre todo cuando comprobaba que llegaba tarde y ni el más violento de los avisos había sido suficiente.
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Nunca fuiste mío (LA GLIMERA #2)
WerwolfNoah Andrews es un lobo solitario y ciertamente rebelde, ajeno a la alta sociedad aristócrata de La Glimera y el submundo sobrenatural que representa. Durante los últimos dieciocho años de su vida, Noah ha renegado de sus orígenes y centrado su don...