Capítulo 3 | Apariencias

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NOAH

Noah Andrews siempre había sido consciente del poder de atracción que tenía entre las mujeres y hembras de su especie. Era un lobo alto y fuerte, de complexión atlética y rasgos duros, ciertamente peligrosos en muchas ocasiones. Sus ojos azules resaltaban por su brillo y viveza, bajo unas cejas rectas y oscuras, enmarcando una mirada profunda.

No obstante, más allá del físico, sabía que su especial atractivo entre las mujeres de alta alcurnia se debía a una cuestión puramente lógica. Y es que él siempre había detestado todo lo que La Glimera representaba para su submundo sobrenatural. Incluso cuando fue compañero de Nicole Blackwood, una heredera al trono, hacía tanto tiempo que comenzaba a olvidarlo, Noah continuaba siendo el chico díscolo de su manada.

Durante años había procurado no pisar el palacio ni asistir a ningún evento o reunión social. Se mantenía lejos, como un lobo solitario, ajeno a la política, su ejército y las jóvenes que todos los años se mostraban en sociedad. Desde que Grace había vuelto a su vida, hacía el esfuerzo de acompañarla y guardaba las apariencias, pero era evidente que su lugar se encontraba en los bosques y que jamás intentaría encontrar una nueva pareja en ese ambiente social.

En definitiva, Noah era consciente de que todo el mundo, especialmente en el terreno sentimental, se sentía atraído por aquello que no podía poseer, incluido él mismo.

Y por esa misma razón, sabía que Grace estaba en lo cierto. Por mucho que aborreciese aquella idea, él era el soltero de oro de La Glimera.

—¿Seguro que no quiere tomar nada, señor Andrews? —Abigail Richwood juntó ambas manos sobre su falda de lino blanco—. Hoy nos ha llegado un vino exquisito de Italia.

Noah levantó la mirada, encontrando los ojos grisáceos de Abigail Richwood sobre él. Percibió que aquella señora, una loba centenaria y casada desde hacía más de setenta años, se sentía nerviosa ante su presencia. Y él decidió continuar haciendo uso de sus dotes sociales.

—No queremos robarle demasiado tiempo —sonrió con calma, suavizando su expresión—. Estoy seguro de que estará muy ocupada.

—¡Oh, no es ninguna molestia! —se apresuró a decir—. Déjeme invitarle al menos a un café.

Noah se removió inquieto en un sillón orejero que encontraba demasiado pequeño e incómodo para su gusto. La espalda no tardaría en comenzar a dolerle y la cabeza tampoco. Desde su posición, dos cabezas disecadas de ciervos le miraban con atención, coronando la figura de Abigail Richwood, sentada en un sillón similar frente a él.

—Está bien, un café —asintió Noah, volviéndose hacia su hermana, que permanecía callada a su lado—. ¿Grace?

Ella levantó la mirada y por su expresión, Noah supo que se estaba mordiendo la lengua. Desde que ambos pusieron un pie en la mansión Richwood, Grace no había tenido ocasión de abrir la boca.

—Un café estará bien —Grace se cruzó de piernas—. Solo y sin azúcar.

—¿Cuántos años tienes? —Abigail alzó las cejas, sorprendida, recayendo en ella por primera vez.

—Diecisiete, pero tomo café desde los diez años.

Una expresión sombría, ligeramente indescifrable, cruzó el rostro de Abigail Richwood en ese momento. Sus ojos pequeños y claros observaron entonces a Grace con atención, viendo más allá de la joven trajeada y segura que tenía frente a ella. En ese instante, la señora Richwood recayó en el pasado tormentoso de aquella niña y no se sintió cómoda.

—Estoy seguro de que mi hermana querría probar su vino de Italia, si no fuese menor de edad pese a sus aventuras y su posición actual —Noah trajo de nuevo su atención, haciéndola sonreír—. Para mí también solo y sin azúcar, por favor.

Nunca fuiste mío (LA GLIMERA #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora