Capítulo 4 | Tormenta

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NICOLE

A Nicole Blackwood no le gustaban las tormentas, los momentos en que el cielo perdía el control y a diferencia de ella, gritaba. No le gustaba el sonido atronador que rompía la calma, la angosta sensación de humedad en el aire y la lluvia torrencial que la acompañaba, llena de rabia.

Cuando el cielo se electrificaba ella se sentía inquieta. Era una sensación extraña, parecida al miedo que un niño podía tener a la oscuridad o lo desconocido. Nicole sabía que se debía a la pérdida del control, tan visible e inabarcable al mismo tiempo. Y ella, más que muchas otras cosas, necesitaba mantener el control de su vida.

Aquella tarde el cielo se encontraba encapotado y en cuanto vio a Noah Andrews en el jardín, imponente y distante como últimamente era habitual en él, también supo que esa noche el cielo tronaría.

Captó sus ojos azules al instante, tan fríos como un tempano de hielo. No había un signo de debilidad en sus gestos, ni un brillo de emoción en él. Las comisuras de sus labios se tensaron y fue Noah quien rompió el contacto visual. Nicole se dio cuenta en ese momento de que le había desagradado encontrarla allí.

—¡Menuda sorpresa! —Anne Richwood habló en voz baja—. Mi madre me dijo que iba a reunirse con la familia Andrews, no que el primogénito vendría.

Nicole se fijó en las damas que la acompañaban y permaneció en silencio, manteniendo una actitud tranquila, esquiva, como era habitual en ella. La pequeña de los Richwood debía tener veintitrés años y era una joven muy bella, tenía los mismos ojos grisáceos de su madre. En ese momento sus mejillas se encontraban teñidas de rojo y Nicole pudo advertir su emoción e inquietud. Junto a ella, su hermana Annabelle se erguía, cuadrando sus delgados hombros en un gesto elegante. A su lado, la primogénita Adeline Richwood, tan prometida y casada como lo estaba ella, tampoco quitaba la mirada del nuevo invitado de la fiesta.

No pudo culparlas porque, al fin y al cabo, Noah no solo era el nuevo soltero de oro de La Glimera. Era un licántropo increíblemente atractivo, siempre lo había sido. Cualquier mujer, incluida ella misma, podría reconocer a ese lobo en cualquier parte por su postura corporal, su forma de andar y su mirada. Y aunque Noah era consciente de su poder de atracción e hiciese uso de él, Nicole estaba segura de que no conocía el alcance real de su presencia en reuniones como aquella.

Juntó ambas manos a la altura de su vientre y jugó inquieta con su anillo, mientras le observaba desde su posición. Él ya le daba la espalda y saludaba a aquellas invitadas que la señora Richwood quería presentarle, seguido por su hermana. No pudo evitar fijarse en su pelo, ligeramente más largo a lo que recordaba, y la barba de pocos días que se adhería ahora a su rostro, dotándole de un aspecto más salvaje y primitivo.

Se preguntó qué estaría pensando Noah en ese instante, si actuaba así por obligación o decisión propia. Si realmente buscaba una pareja en aquel ambiente o cualquier otro. Si seguía pugnando por una vida de soledad o había cambiado de opinión. Y se acordó entonces de los juegos que mantenían siendo tan solo dos niños, parodiando los protocolos sociales que ahora ambos sabían ejercer con exquisitez, como perfectas marionetas.

­—Es guapo —musitó Aurora.

—No. Es muy guapo —rectificó Adeline—. Había olvidado lo guapo que es.

—Ni que le hubieses visto muchas veces.

—Las suficientes para no olvidar su pelo oscuro, frondoso... —Adeline se inclinó hacia el corro—. Y esos ojos azules y esas manos tan grandes, me pregunto cómo las usa.

Nicole respiró hondo, pero no pudo evitar mirarla con cierta indignación. Si se concentraba lo suficiente estaba segura de que podría oler los aleteos de excitación entre las mujeres que asistían a aquella reunión social. Sería perfectamente capaz de escuchar latidos inusuales e íntimos.

Nunca fuiste mío (LA GLIMERA #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora