Capítulo 1

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  Las noches cada vez parecían más oscuras y frías desde que su padre se había ido, aún podía levantarse de su cama sin llorar claro hasta que llegaba a la cocina y veía ese cuadro a un costado de las tazas, recordaba el día en que había sido tomada, tenía diez años y su padre la había llevado a su primera clase de pintura, desde ese día había descubierto un nuevo mundo donde sus sueños siempre estaban coloreados y más si su padre estaba a su lado. Luego de limpiar las lágrimas llegaba la segunda instancia cuando se sentaba a la mesa y miraba el asiento vacío, él siempre se sentaba en medio de su madre y ella, siempre tenía un dibujo nada perfecto que hacía de lo primero que había visto por la ventana y le había llamado la atención o de algún sueño que recordara y se lo daba a Keisha para enseñarle que la inspiración se podía obtener de las cosas más simples, en ese momento unas pequeñas lágrimas se resbalaban por no poder recibir nunca más un dibujo para su colección, cualquier esperanza de mirar afuera y ver algo sorpréndete se había desvanecido, parecía que habían abierto un balde de pintura gris y la habían derramado sobre su vida pintándola a ella también.

—Buen día hija —la saludó su madre mientras le servía el desayuno y se sentaba frente a Keisha.

—Hola, buen día —le devolvió el saludo mirando un momento la mesa, buscando su mejor cara.

—Hoy se cumple un mes —dijo su madre mirando el asiento vacío, su esposo había desordenado su vida desde el primer momento en que se habían conocido, pero no hubiera elegido a otra persona ni en otro mundo.

—Lo sé —Keisha estaba al borde de las lágrimas, apretando la mandíbula.

—Pensaba en ir al ático a limpiar un poco, tal vez ordenar aquello que quieras conservar —dijo su madre también intentando ser fuerte por su hija.

—Si, está bien —contestó sin mucho ánimo la chica.

— ¿Mandaste tu solicitud para el concurso?

—No creo que sea necesario —dijo Keisha.

—Pero, dan una beca para la universidad de la que siempre hablabas con tu padre —dijo la mujer.

—Ya no quiero ir a esa universidad, no quiero si él no está aquí —Keisha dejó en libertad sus lágrimas y subió al ático para sentarse en el viejo sillón de su padre y acurrucarse con su campera.

Había quedado allí, le utilizaba porque en las noches hacía mucho frío y a los tres les encantaba sentarse ahí para escuchar historias, el día que se fue a trabajar la olvidó y nunca más pudo volver por ella, la joven la acercaba a su nariz para poder sentir la colonia inconfundible de su padre.

—Sé que es todo difícil, pero, es tu futuro —su madre no sabía que hacer o decir para animarla.

— ¿Cómo puedes seguir tu vida como si nada hubiera ocurrido? —le dijo Keisha con los ojos vidriosos.

—Keisha yo debo ser valiente, si ambas nos desmoronamos no podremos salir adelante, tu padre estaría decepcionado si no sigues tus sueños —dijo la mujer buscando un pequeño banco para sentarse.

—No puedo pintar y lo sabes, si quiero inscribirme necesito una obra y tiene que ser buena —Keisha dejó de lado el sillón y la campera para acercarse a unas fotos que habían colgadas en una de las paredes, mostraban el casamiento de sus padres, dos jóvenes con las sonrisas más grandes que nunca había visto.

— ¿Quieres que traiga tu jugo que dejaste abajo y empezar a ver que queremos donar? —preguntó dulcemente su madre.

—Está bien.

Negarse no era una opción sabía que su madre lo intentaba cada día, intentaba poner una sonrisa en su rostro, aunque estuviera destruida por dentro.

La señora Chamilett bajó en seguida, mientras Keisha seguía observando las cosas, quitó unas cajas que había en el escritorio, además de ser su lugar para escuchar historias antes había sido el lugar de trabajo de su madre que era modista, al quitar la última caja del escritorio encontró debajo una tijera dorada, era muy hermosa estaba adornada por una gema azul en su centro, el material del que estaba hecho que parecía ser oro estaba todo trabajado y formaba unos firuletes, Keisha bajo la caja al piso y llevo sus dedos a tocar la gema azul la cual le genero una electricidad que recorrió todo su cuerpo desde sus dedos hasta su cabeza y pies, lo último que escuchó fue a su madre que había vuelto con el jugo y unos trapos.

—Keisha, ¡No! —gritó la mujer, pero antes que pudiera llegar hasta su hija ya era muy tarde, la joven tenía sus dedos posados en el zafiro.  

Un Corte  a otro MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora