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Una de las desventajas de haberse encargado de lo administrativo en cuanto a los negocios turbios de su figura paterna era que no sabía dónde y con quién acercarse en búsqueda de retomar las riendas que su familia había soltado.

Así como no saber en dónde y con quién no relacionarse.

A final de cuentas, él sólo había visto la cara amable de ese mundo, en más de una ocasión había sido anfitrión y le había abierto las puertas de su casa a personas de dulces sonrisas y palabras llenas de miel... y mentiras.

Sin embargo, tener a su lado a su hermano era una ventaja colosal pues, por el contrario de él, Tsukasa sabía bien cómo aplicar en la vida real todo aquello que había aprendido de aquel a quien en algún momento llamó "papá", así como también sabía a quien acudir en momentos de verdadera oscuridad

Fue así como, en cuestión de tiempo, logró estar en donde se encontraba ahora.

En la cúspide del infierno terrenal al que sólo aquellas almas desprovistas de moral, o de deseos de vivir, acudían. El trono que le había sido arrebatado a la familia Yugi había sido devuelto a su primogénito.

Le había costado tiempo, dinero, sangre, algunas cicatrices y más de un hueso roto; pero, al final, lo había logrado.

Ahí estaba.

Y era hora de empezar a esclarecer algunas cosas.

—¿Honorable Número Siete?

Tan centrado como estaba en ese momento mirando hacia el mar y tan ajeno como era a su nueva identidad, no era de sorprenderse que no comprendiese sino hasta el tercer llamado, que se referían a él.

Honorable Número Siete.

La identidad con la que se referían a su antecesor y cuyo manto ahora caía sobre él.

Apropiándose de una parte de su ser y creando una nueva y mucho más retorcida persona. Una que prefería dejar dormida la mayor parte del tiempo, pues hasta él desconocía los límites de dicho demonio que amenazaba constantemente con suplantarlo de manera permanente.

—¡Honorable Número Siete! —exclamó nuevamente el sujeto frente a él.

El zaino volteó a verlo, todavía enajenado por la maraña de cosas que cruzaban por su retorcida mente.

—¿Dijiste algo?

—Los tenemos.

Sus ojos destellaron con el brillo de la malicia y perversidad.

Sería una noche memorable.

.

.

.

Hyuuga Natsuhiko nunca había destacado por algo en particular más allá de su "cara bonita" y carisma. De ahí en fuera, era tan relevante como una pulga marina, según lo que la peliverde siempre decía.

Pero, gracias a aquellas dos únicas cualidades, era que recién había ganado un lugar en un peldaño mucho más alto que en el que se encontraba en un inicio.

Había ganado la confianza de Amane Yugi.

Probablemente gracias a semejante hazaña por fin su señorita aceptaría la invitación a cenar que le había propuesto hacía unas semanas atrás e incluso el enano, a quien ayudaba a cuidar de vez en cuando, dejaría de dispararle balas de pintura sólo por diversión.

—Buen trabajo, Hyuuga.

Lo había felicitado el atemorizante ser con cuerpo humano a quien le debía "lealtad ciega" para, luego de eso, desaparecer tras la puerta que lo llevaría a sus próximas víctimas.

¡Aléjate de mí!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora