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Conforme los orbes ambarinos iban abriéndose de a poco, sus ojos se enfocaron en la figura a su lado. Una larga cabellera de tonalidades claras, piel pálida, sus pechos al descubierto y mirada fija al techo.

El zaino sonrió, recordando la noche pasada.

Ciertamente había pasado un tiempo desde que salió a divertirse por última vez, con todo el desastre en casa apenas y le había dado tiempo de ocuparse de sí mismo y de sus pendientes. Por eso, de alguna manera agradecía que su hermano lo hubiera mandado a Akita para entregar un pedido a unos krysha que hacía ya un tiempo conocía; al menos con este encargo tan importante entre manos tendría el pretexto perfecto para ignorar sus llamadas y mensajes.

¡Nadie querría tener a la bratva enojada!

Estiró la mano hasta la mesita de noche y descolgó el teléfono, necesitaba que fueran a limpiar el desastre a su alrededor.

Se levantó con pesar mientras bostezaba y, luego de ponerse la ropa interior, se metió a bañar.

Recordaba haber salido de casa dos días después de la visita del anciano cara de araña fumigada y desde entonces había estado en distintos puntos del país, entregando y revisando cargamentos, supervisando que las actividades delegadas a los kobun hubieran sido acatadas y cumplidas a la perfección; de lo contrario, bueno... no le quedaba de otra más que recordarle a todos los presentes quién era él.

La noche pasada no había sido muy distinta de las demás; había esperado en el puerto norte de Akita a la hora indicada, veía los minutos pasar en su reloj de pulsera hasta que por fin una camioneta negra llegó, dejaron la direccional izquierda parpadear tres veces antes de apagarla. Salió de su vehículo y se encontró con el par de orbes grises que no tardaron mucho en reconocerlo. Con amplias sonrisas y los brazos extendidos le dieron un fuerte abrazo al más bajito.

—¡Menos mal fuiste tú quien nos vino a atender! No es por nada, pero tu hermano a veces nos hace sentir incómodos. De no ser por la cara juraríamos que ni siquiera están emparentados —Rio uno de ellos.

—¡Eso me lo dicen bastante! —Soltó entre risas—. En fin, su pedido se encuentra en el almacén, ¿pasamos de una vez a revisarlo?

Con la afirmativa, el trío de varones se adentraron al lugar señalado por el zaino en lo que los encargados de la seguridad esperaban afuera, siempre atentos a lo que sucediera a su alrededor.

—Veamos, son una Remington 870 con culata ajustable y tubo de extensión en el cargador, un Mossberg 500 con gatillo de actuación suave y mira láser, una AR-15 y dos Smith & Wesson modelo 10 con cañones revestidos y culatas ergonómicas. Cada una con dos cajas de municiones y una más como cortesía de parte de mi hermano —mencionó una vez descubrió la caja donde tenían oculta la mercancía—. Por favor, revísenlas y háganme saber si hay algún problema.

El par de krysha no tuvieron que escuchar más antes de abalanzarse al contenedor y corroborar que todo estuviera en orden, tal y como lo habían pedido en lo que el de mirada ambarina prendía un cigarro para mitigar un poco el frío de su cuerpo. Akita a veces le parecía ser más frío que su hogar.

—Parece que todo está en orden —dijo satisfecho uno, en lo que el otro devolvía las armas a sus estuches—. En cuanto al pago, hablamos con Nanamine y nos dijo que no puede aceptar rublos, por lo que se hará una transferencia desde la sede en Moscú.

—Está bien. Fue un gusto hacer negocios con ustedes nuevamente. —Estiró la mano para estrechar la contraria, tratando de despedirse lo más cordialmente que pudiera pues estaba fatigado. Siendo honestos lo único que quería era acostarse y cerrar los ojos.

—¿Eso es todo? ¿Acaso no nos invitarás como siempre a algún sitio interesante? —interrogó el contrario con una sonrisa ladina.

Sintiendo que sus planes de ir a dormir temprano se irían al carajo, no tuvo de otra más que sonreír hipócritamente, apagar el cigarro con la suela de su zapato, lanzar la colilla por ahí y ponerse la máscara de anfitrión estrella.

¡Aléjate de mí!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora