Bombones.

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La pequeña avecilla se sentó sobre un monigote que había encontrado arrumbado en su camino, exhausta de las exigencias propias de la vida aviar se estiró por un momento antes de contemplar la fogata que había logrado prender con ayuda de algunos cachivaches que había a su alrededor. Esperaba que nadie se diera cuenta de las prendas de vestir que había usado para mantener el fuego ardiendo.

"¡Gracias poder del guión!"

Pensó, feliz con su creación que, aunque modesta, le serviría para completar su misión principal.

Observó la luz que le ofrecía y se sintió cómoda ante la calidez de las llamas, frotó sus alas y estiró sus patitas, dejándose consentir por la sensación del elemento natural. Una vez totalmente relajada y sin mayores penas en mente, sacó de uno de sus bolsillos un lápiz y escribió en el aire su mayor deseo de ese momento.

Una bolsa de bombones.

Sin mayor contratiempo la tomó entre sus alas una vez se materializó y la abrió, ayudándose de su pico y deleitándose con el dulce olor. Sacó uno y comprobó la textura; suave, firme y acolchonada. No podía esperar a probar uno. Detuvo su salivar pues todavía necesitaba encontrar una última herramienta.

Miró a su alrededor; estaba en un lugar oscuro, húmedo y "atemorizante", o al menos ese último adjetivo era como muchas personas lo habían imaginado cuando se llegaba a hablar de ese maloliente sitio y sus rumores.

Casi a ciegas hurgó entre distintos muebles, cajas y rincones, sin importarle demasiado el ruido que su búsqueda causaba o del desastre que dejaba tras de sí. Hasta que encontró aquello que le daría la victoria en su misión; un barrote de hierro que podría servir fácilmente como brocheta.

Regresó a su lugar e insertó uno a uno los bombones, deslizándolos lentamente hasta formar una cadena de cuatro golosinas y los puso al fuego. En sus pupilas se reflejaba el danzar de las llamas cubriendo de a poco los dulces, cambiando sus tonalidades de colores pastel, creando manchas oscuras sobre la textura, escuchándolos asarse, viendo como algunos empezaban a hacer burbujas sobre su superficie, salivando con el olor que desprendían, hasta que el momento llegó. Estaban en su punto, debía sacarlos lentamente para evitar alimentar a la llama madre.

Los acercó a sus fosas nasales, su pico abriéndose expectante, cuando un golpecito en su hombro lo hizo voltear.

—¿Qué mierda haces acá?

Con evidente desagrado observó al idiota tras suyo; delantal manchado de sabrá el diablo qué, guantes y gafas protectoras, una playera de manga larga con los puños arremangados... la mera vista era tan patética que simplemente lo ignoró y continuó a lo suyo. No valía la pena desgastarse con un sujeto como él.

Hasta que claro, el enfermo individuo decidió volver a interrumpir.

—¡Kinky, te estoy preguntando qué demonios haces acá! Tengo cosas que hacer con el sujeto amordazado por allá —Señaló a un individuo amarrado a una silla—, y no puedo continuar con la escena si estás asando bombones dentro del sótano.

Harta de los contratiempos, el avecilla lo observó con asco antes de hablar.

—¿Que no es obvio? Escribir sobre tus traumas me da hambre, necesitaba algo que comer antes de seguir.

—¿Y por eso tenías que entrar a mi historia y ponerte a asar bombones en lo que torturo a ese tonto? ¡Al menos hubieras buscado otro lugar para hacerlo! Es difícil concentrarse cuando haces tanto ruido y todo el cuarto huele a azúcar.

—Si lo dices así no suena a que sea una autora muy comprometida, ¿sabes?

—Sólo dame la barra que estás usando, lo necesito.

—Nope, es mío. Consigue el tuyo.

—Es el fierro que le voy a meter por el culo a ese idiota.

—¿Qué no puedes hacerle algo más? Cuánta violencia hay en tu historia... Tal vez debería editarla de nuevo...

—¡Tú lo escribiste en tus borradores!

—Ah, cierto... —Lo meditó por unos segundos, deleitándose con la textura del bombón dentro de su cavidad oral—. Bueno, igual ve a buscar algo más. Ahora es lo que me está ayudando con mi brocheta y la estoy usando.

—No sabes cuanto desearía poder convertirte en pollo rostizado —dijo, antes de darse media vuelta, musitando quejas e insultos y yendo a buscar algo más con que completar lo exigido por su historia.

El avecilla ignoró al mugroso ese, concentrándose nuevamente en las llamas del fuego frente suyo, silenciando los gritos de dolor del fondo y saboreando los malvaviscos que había asado. 

¡Aléjate de mí!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora