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Tsukasa era consciente de que todo lo que había estado haciendo a espaldas de su hermano era una locura, y que el impacto en la estabilidad emocional de Nene podría afectarlo, más que beneficiarlo. Afortunadamente, Sakura siempre iba un paso por delante.

"¿Por qué no haces su estadía más amena? Podrías optar por pasar más tiempo con ella, fortalecer el lazo que había entre ustedes hace años".

Y ciertamente no podía estar más de acuerdo.

Ahora bien.

¿Cómo lo lograría?

Pensamientos que iban desde algo tan sencillo como compartir la mesa durante las comidas del día, hasta ideas más exageradas como llevarla a darle de comer a los tiburones que lo ayudaban a deshacerse de los "desechos" , plagaban su mente.

¿Qué haría Amane en su lugar?

¿Cómo había logrado que alguien tan sensible y romántica como Nene Yashiro se fijara en un desastre andante como el mayor de los Yugi?

Buscando entre los numerosos registros almacenados en su memoria, recordó el momento en que su gemelo había logrado acercarse un poco más a la albina.

Durante sus clases de cocina.

Todo había iniciado gracias a la básica preparación de los salchipupos y había culminado con el par de tortolos preparando donas y postres en el departamento de los Yashiro hasta tarde. Si bien no podía llamarse un chef, tampoco era como si fuera igual de cabeza hueca que su hermano mayor. Y eso, Nene lo sabía. Por lo que la idea de la cocina era algo a lo que él no podía recurrir; sin embargo, tenía que haber algo, cualquier cosa en lo que ella fuera buena y él un desastre.

De repente, la puerta de su cuarto fue abierta.

La figura femenina parada a escasos centímetros del marco tenía el mismo porte de siempre.

Indiferente.

Esto había llamado su atención desde la primera vez que se conocieron, cuando él todavía era un adolescente atolondrado. Tal vez era lo ideal en alguien que ocupara el puesto de "asistente personal/niñera de Tsukasa Yugi". No cualquiera había demostrado tener la temple necesaria para aguantarlo o la fuerza de voluntad para contradecirlo.

Sabía el motivo detrás de la súbita interrupción. Desde que su hermano había empezado a ausentarse de casa con más frecuencia, era obvio que alguien tendría que hacerse cargo de los pendientes locales.

¿Y quién mejor para atenderlos que él?

Era cierto que todavía no le terminaban de quedar claras algunas reglas de etiqueta, comportamiento, entendimiento sobre el espacio personal y el concepto básico de respeto a la privacidad de los demás; pero, ¿quién podría juzgarlo? Nunca antes había tenido la necesidad de aprender ese tipo de cosas pues él se relacionaba más que nada con granujas del bajo mundo, por lo que ese tipo de conocimientos no le servían de mucho en su contexto habitual. Además, dentro de todas y cada una de aquellas fallas residía parte de su encanto, o al menos así era, hasta que su hermano mayor le había leído la cartilla; tenía menos de tres semanas para lograr controlar todos y cada uno de sus impulsos desmedidos, así como para pulir sus modales y volverse un caballero en toda regla ahora que debía atender y socializar con personas de un escalafón más alto dentro del mundo delictivo, ya no solamente granujas y delincuentes de poca monta.

Sakura y el zaino caminaron mientras analizaban las propuestas de la peliverde.

Ambos eran profesores, sí.

La cosa era, ¿tenían lo que se necesitaba para controlar al menor de los hermanos?

De entre las dos opciones, el de cabellera oscura optó por el anciano de mirada severa, bigote y barba de candado, anteojos, pajarita en el cuello y nariz aguileña. Tal vez la experiencia, producto de los años, era lo que necesitaba.

¡Aléjate de mí!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora