Al otro lado de la ciudad, Cárter y Alec buscaban provisiones para el largo viaje que les esperaba. Las calles, una vez llenas de vida, ahora yacían vacías de lo que alguna vez fue la civilización. Edificios con ventanas rotas, coches abandonados con las puertas abiertas y basura acumulada en las aceras. El viento arrastraba papeles y hojas secas, haciendo que crujieran en el asfalto vacío.Habían recorrido todos los supermercados y gasolineras dentro del radio que habían establecido, con la intención de abastecerse al menos para tres meses. Pero la sensación de que algo no iba bien no dejaba en paz a Cárter.
Alec conducía un Mercedes Vito blanco, mientras su copiloto no dejaba de mirar el retrovisor. Las calles desiertas le daban una falsa sensación de tranquilidad, pero él no se fiaba.
—Cárter, nadie nos persigue —aseguró Alec con tono pausado.
—Tengo un mal presentimiento —dijo Cárter, clavando la mirada en Alec. Sabía que su compañero intentaba concentrarse en la carretera, pero ¿para qué? No había tráfico. No había peatones. Solo estaban ellos... y lo que acechaba en la oscuridad.
El sol comenzaba a ocultarse tras los edificios derruidos, tiñendo el cielo de un naranja quemado. Las sombras crecían entre los escombros, alargando las figuras de los postes de luz doblados y los árboles muertos parecieran figuras espectrales, como si la propia ciudad estuviera tratando de morir con dignidad.
—¿Cómo sigue tu brazo? —preguntó Alec.
Dos días atrás, se enfrentaron a un Cavenen que se hizo pasar por uno de ellos. Alec, sin embargo, notó a tiempo las manchas en el cuello de su camisa, sacó su boomerang de pinchos y le rebanó el cuello antes de que pudiera reaccionar, pero no lo suficientemente rápido para evitar que el Cavenen mordiera a Cárter en el brazo, como un perro rabioso.
—Todavía no puedo moverlo. Me arde —contestó Cárter, frustrado. Sabía que era su brazo bueno y no podría defenderse igual si volvían a ser atacados.
—¿Quieres que volvamos al piso? —Alec frenó en seco y apagó el motor.
El silencio fue inquietante. Afuera, el viento seguía arrastrando papeles por la carretera desierta.
—Ni de coña. Necesitamos gasolina para la caravana —espetó Cárter.
Alec suspiró y volvió a encender el motor.
—Tú mismo. Solo nos falta una gasolinera —ojeó el mapa, tachó una X con el rotulador y se lo devolvió a Cárter.
Sabían que esa gasolinera estaba en el inicio de la montaña, territorio de los Sfongs. Pero no tenían alternativa si no querían quedarse varados en una carretera abandonada.
El camino se volvió más estrecho y sinuoso. A medida que se acercaban a la montaña, la vegetación era más densa y salvaje. Árboles con ramas retorcidas se alzaban a los lados de la carretera, como garras intentando atrapar el cielo.
Cuando llegaron a la gasolinera, la estructura daba la impresión de que el tiempo se había congelado. La pintura roja de los surtidores estaba descascarada, y los cristales de la tienda estaban hechos añicos. Dentro, las estanterías estaban volcadas, con paquetes de comida podrida esparcidos por el suelo y marcas de garras en las paredes.
Con cautela, entraron al lugar, mientras el aire se volvía más denso, pesado con el olor a descomposición. Llenaron una bolsa negra con comida enlatada mientras cargaban cinco bidones de gasolina en el maletero. Apenas había espacio: la furgoneta ya iba hasta los topes.
El aire se sintió más denso de repente. Un aullido gutural, bajo y resonante, les puso los pelos como escarpias.
Luego otro.
Y otro.
Cárter y Alec se quedaron paralizados por un segundo. Un escalofrío les recorrió la espalda.
—Mierda... —susurró Alec.
Sacó las llaves de su bolsillo trasero, pero el sudor en sus manos hizo que resbalaran. Las vio caer en cámara lenta... hasta desaparecer en una alcantarilla.
—Joder —masculló Cárter—. Métete dentro.
—Pero tu brazo, Emm...
—¿Acaso sabes hacer un puto puente? ¿A qué no? —lo cortó—. ¡Métete en la furgo!
Alec obedeció sin rechistar.
El aullido volvió a resonar, esta vez más cerca. La maleza al costado de la carretera se agitó. Ojos brillantes se encendieron entre los arbustos.
Cárter logró hacer un puente con sus conocimientos de su pasado, puso primera y comenzó a acelerar como un desquiciado. El motor rugió con fuerza y las ruedas rechinaron contra el asfalto. Por el retrovisor vio cómo los Sfongs emergían de la oscuridad, corriendo a cuatro patas, con una velocidad sobrehumana.
—¡Acelera! —gritó Alec.
Cárter lo miró un segundo. Sabía que estaban rodeados. Su mirada se desvió a la mochila negra que descansaba en el salpicadero.
—Nos están rodeando. Coge la mochila —ordenó.
Alec la abrió con las manos temblorosas. Dentro había un revoltijo de armas y munición. Dudó, bloqueado por el pánico.
—¡Las granadas! —exclamó Cárter, fuera de sí—. ¡Espabila, nos pisan los talones!
—¡Voy! —Alec rebuscó hasta encontrar dos granadas.
—Dame una —Cárter estiró la mano y la recogió—. A la de tres, las lanzamos por la ventanilla.
Sus miradas se cruzaron. Asintieron.
—Uno... dos... ¡tres!
Las granadas volaron hacia atrás. Un segundo de silencio.
Luego, dos explosiones sacudieron la carretera. El estruendo fue ensordecedor. El aire se llenó de polvo, fragmentos de asfalto y metal volaron por todas partes, y los gritos inhumanos de los Sfongs se desvanecieron en la distancia.
El impacto de la onda expansiva hizo que Cárter perdiera el control del vehículo. El Mercedes derrapó sobre el asfalto y, en un instante, se salió de la carretera, estrellándose contra un panel publicitario.
El cristal del parabrisas se hizo añicos.
Y luego... el silencio.

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LA NUEVA ERA #PGP2025
Fiksi IlmiahAÑO 2090. En un mundo postapocalíptico... Sally, una chica cuyos recuerdos le han abandonado, se cruzará con unos supervivientes. Su único objetivo es llegar a casa, pero las circunstancias del entorno que la rodea no se lo pondrán nada fáciles. Los...