Capítulo 33

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¿Cómo es el paraíso? ¿En verdad es un castillo en lo alto de las nubes? ¿Cómo es ser bienvenido en ese lugar?

Una luz brillaba en todo el panorama y mi vista se hacía débil cada que volteaba a verla, mi cuerpo se sentía liviano y mi pecho sentía una satisfacción de paz inquebrantable, las campanadas sonaban en mis oídos y las sensaciones placenteras no dejaban de recorrer cada parte de mi piel.

Cuando mi vista pudo acostumbrase a toda esa luz brillante, todo me parecía hermoso y tardé en comprender lo que mis ojos veían.

Un castillo, pero no estaba en lo alto de las nubes, todo lo contrario, era una montaña alta cubierta de nieve, todo estaba cubierto por una capa blanca, todo el territorio hasta donde no podías ver más.

¿Qué era este lugar? ¿Dónde estaba yo? Todo lo veía desde arriba, como si yo fuera un ente capaz de observar todo lo que tuviera a mi alcance, pero sin interferir.

La curiosidad es uno de mis talentos y el saber que había detrás de esos muros en el castillo me carcomía por dentro, impulsé lo que sea que tuviera y me adentré en su interior.

Había guardias con trajes negros y dorados, llevaban espadas y armaduras, protegían algo dentro de este enorme castillo y noté que no se percataron de mi presencia.

A lo lejos escuché una voz y me acerqué al sonido llenando mi curiosidad, al acercarme pude contemplar a detalle aquel castillo misterioso. Enorme y lleno de penumbras, pero seguía viéndose como todo un sueño.

Los pilares de extendía desde el suelo hasta lo más alto y podría jurar que llegaban al cielo casi sin querer, los candelabros eran gigantescos y repletos de una exagerada mata de oro, las ventanas eran inmensos ventanales con cortinas negras llenas en un brillo dorado, como si lloviera en ellas.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando alce la vista a unas escaleras extendidas en curva y bajando de ellas estaba una chica.

Llevaba un vestido largo negro de mangas, el corsé tenía bordado un ave fénix en detalles dorados y su falda caía delicadamente a sus pies, bañada en oro como en las cortinas.

Su cabello largo y negro como la noche le caía hasta la cintura, su piel era una mezcla de blanco y el color oro, o no sé si era por todo el dorado que había aquí que reflejaba en su piel porcelana, sus ojos eran un misterio, había visto tantos colores de ojos, incluso los míos eran extraños, pero jamás había visto uno como los de esta chica, eran una mezcla de todos los colores del mundo o tornasol, tenía las pestañas largas y la nariz pequeña y respingada, más debajo de su boca se le notaba un pequeño lunar en la barbilla.

Terminó de bajar las escaleras y se posicionó frente al enorme ventanal. Miró hacía el horizonte y el sol con sus pocos destellos de luz, le salpicaba en los ojos transformando sus colores en violetas, rosas, amarillos, azules, rojos, verdes y toda una gama de colores al mismo tiempo.

Esta chica era sin duda alguna, hermosa.

Pero estaba triste, al menos eso era lo que yo notaba, miraba hacía el horizonte como esperando algo... o alguien.

De la nada, una lágrima se deslizó por su mejilla y bajó la cabeza tocándose el pecho con una de sus manos, ahí en uno de sus dedos, específicamente el dedo corazón miré un anillo, de oro en forma de una rosa, luego colocó su mano en el cristal del ventanal y comenzó a sollozar.

Golpeó el cristal tantas veces como le fue posible hasta que sus nudillos comenzaron a sangrar, en su rostro podía ver el dolor, el sufrimiento y la desesperanza, quería con todas mis fuerzas ir hasta a ella y calmar su dolor, pero ¿cómo? Si ni siquiera sabía lo que le estaba sucediendo.

C E L E S T I A L #1 [TRILOGÍA: PECADOS CELESTIALES]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora