Una bestia del infierno.

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Capítulo 4: Una bestia del infierno.

  Aunque los guerreros del señor de la ciudad de Kyoto y las demás ciudades eran samuráis valientes y con imponente coraje, no pudieron superar el número de bárbaros del señor Oda, un antiguo rostro de una pesadilla compartida por cada uno de la familia Mukiha. La esperanza de los guerreros de Kansai eran estos jóvenes samuráis, con asombrosas capacidades que superaron las simples habilidades humanas.

  No obstante, de una forma u otra, los tan odiados Oda tenían por descubierto los aviones del ejército que defendían sus tierras. Se dispersaron por alrededor del castillo y atracaron a los que estaban escondidos, los asesinaron con los Yokai que acompañaban a los Oda. Los Oni los aplastaron, los Bakeneko desgarraron sus armaduras hasta sus carnes. Luego iban volando en el viento como pétalos rojos aquella sangre que caía sobre los guerreros.

  Las Rokurokubi eran las más engañosas, haciéndoles creer a los samuráis que eran jóvenes damas en medio de la batalla, y cuando se acercaron las bestias revelaron sus formas más aterradoras, y devoraron a demasiados guerreros.

  Es entonces cuando los Mukiha, los guerreros poderosos de Kansai se levantan. Boka hacía estallar a sus enemigos con su aura amarilla, Yamato con sus wakizashis atraía rayos y así extermina a los yokais. Kaori y Emiko con sus alas de mariposas lanzaron a los guerreros polvos y perfumes mágicos con los que les hacían enamorar, mientras que ellas con sus espadas descendían para empaparse con la sangre de sus enemigos enamorados. Daiki arrojó al suelo sus tantos, levantando las plantas e inmovilizando a un Shuten-Doji, dejando un último crujido hasta que el niño arrancó su cabeza. Los rayos de Yamato trajeron la lluvia, y Katashi la obtuvieron para ahogar a todos los que pudieron. Y el viento fue utilizado por Chiasa haciendo volar en pedazos a aquellos bárbaros ya sus bestias.

Mientras tanto en otra parte del castillo ...

  Voy caminando lentamente con mi espada alzada por los pasillos del vasto lugar. Así voy junto con una mujer dispuesta a dar su vida de petrificar personas por unos niños. Ahora, son esos niños quienes protegemos. En medio del paseo por el castillo, mi señor intenta iniciar una conversación:

-No quisiera ofender, pero, no creo que intenten matarte a ti, hermana. Pues tú eres una... Una princesa de veinticinco años -¿qué fue lo que dijo?

-Yo diría más bien una niña de veinticinco años -responde mi señora, con cierto desprecio.

Yo le respondo a Yukio:

-Señor Yukio. No es momento para bromas.

-Ryuu tiene razón. Así que mejor no vuelvas a hablar.

Después de un minuto, mi tía trata conversar conmigo:

-Tu trabajo de resguardar a la hija de nuestro señor se convirtió en una amistad divertida. No obstante, ahora eres un samurái.

-Claro, ese es nuestro trabajo -a Aiko le da gracia lo que dije.

-Tu trabajo es tan solo ser mi compañero de juegos, además de ser el que sostiene mis compras.

-Lo lamento mi señora. Mi trabajo ahora en adelante será matar incinerando a cualquiera que intente hacer daño.

-Ryuuzaki. Hemos llegado a la sala ¡Acércate!

-De acuerdo, tía -me acerco y noto que está todo en orden, y doy la señal.

-Al fondo del pasillo está la sala. Si vamos allí y seguimos los pasillos está el dojo. Una vez ahí solo seguimos el pasillo del otro lado de la puerta, que es un atajo hacia afuera de la casa -dice Yokio, omitiendo que ya sabíamos eso porque todos conocemos la casa.

Ryuu: El camino del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora