CAPÍTULO 4
No conseguía abrir la taquilla para sacar el libro de trigonometría, se me había olvidado la clave. Llevaba tanto tiempo sin utilizarla que ya no recordaba la combinación.
-¡Mierda!- la golpeé enfadada intentando abrirla pero ni siquiera se abolló.
-2534 -un chico apareció a mi lado, era pálido con el pelo negro alborotado y unos ojos muy oscuros, parecía tener la misma edad que yo pero era mucho más alto.
-¿Qué?- pregunté sorprendida.
-Tu combinación- me apartó a un lado y abrió la taquilla como si no fuera la primera vez.
-¿Cómo la sabías?
-Me sé todas las combinaciones de las taquillas de décimo, a veces consigo trucos para ligarme a las chicas –me guiñó un ojo y me sonrió.
-No me suena tu cara.
-Tú a mí tampoco –contraatacó.
-No suelo venir mucho.
-Soy nuevo, me llamo Álex –se presentó.
-Vale, encantada de conocerte. Luego nos vemos –me despedí.
-Justin Matt…
-Presente
El profesor de trigonometría, el señor Collins, estaba pasando lista con su habitual voz soporífera. Era un tipo bajito y gordo que rondaba los cincuenta. Era un amargado y había hecho que odiara su asignatura con toda mi alma.
-Amber Wadlow…
-Aquí –contesté con desgana.
-Alexander Zane.
Me giré y le vi, era él. El mismo que me había dicho la combinación. No sabía que fuera conmigo. Toda la clase centró su atención en él. De repente me pareció que la temperatura de la clase hubiera aumentado un par de grados.
***
-Recordad el Teorema de Pitágoras: la suma del cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa.
Sonó el timbre.
Empecé a recoger los libros pero sentí una presencia detrás de mí que me obligó a parar. Al alzar la vista le vi mirándome con su regio rostro atentamente. Le ignoré y seguí mi camino.
Pero, me detuvo agarrándome del brazo:
-Eeeh… ¿Necesitas que te lleve a casa? Tengo la moto aparcada en la entrada.
-No hace falta, voy en autobús –dije cortante.
Cada vez que estaba con él sentía un escalofrío recorriendo mi cuerpo pero algo me decía que no me traería nada bueno.
***
Decidí ir directamente al hospital así que cogí el autobús 137 y en cinco minutos estaba allí.
Me dirigí a la habitación de Katy aunque sabía que no era ella a la que deseaba ver. Sabía que era egoísta, pero en la cabeza me retumbaba tan solo el nombre de Jake.
Entré en la habitación pero mi madre estaba dormida en el sillón así que decidí ir a comer algo, pues lo último que me apetecía ahora era discutir con ella. Fui deambulando por los fríos pasillos del hospital, eran todos tan iguales que creía haber pasado por el mismo pasillo varias veces, pero finalmente encontré una máquina expendedora.