CapÍtulo 2
-¿Cómo te llamas?
-Amber, ¿tú?
-Jake Robs.
Estábamos en Central Park, sentados al lado del lago.
De repente Jake se acercó al agua y me empezó a salpicar. Decidí seguirle el rollo y le imité.
-Con que esas tenemos, eh.... –rió Jake.
Me cogió en volandas y me tiró al lago. Yo me agarré a él y nos hundimos. Le besé. Fue un beso lento y apasionado. Le acaba de conocer pero me daba igual. Salió del agua. Estaba buenísimo. Su pelo oscuro mojado cayendo sobre sus ojos verdes que destacan en su tez bronceada, su camiseta empapada adherida a su piel dejando ver su perfecta musculatura...
Era todo tan bonito... Se acercó a mí, parecía que iba a besarme pero, de repente, sentí sus frías manos agarrándome fuertemente de los hombros y me empujó hacia el fondo del lago.
Pasaron 10 segundos.
Intenté salir pero no me dejaba.
20 segundos.
Necesitaba respirar.
40 segundos.
Los pulmones me ardían, me estaba ahogando.
1 minuto.
Todo se volvía negro a mi alrededor... Lo último que vi fue el brillo siniestro en sus ojos.
Me desperté sobresaltada. Estaba sonando la canción Outside. Eran las 10:00 de la mañana y solo había dormido una hora. Odio esta canción. Odio a Calvin Harris. Odio mi vida.
Ya no podía más y estampé el despertador contra la pared.
Y me volví a quedar dormida. Otro día más sin ir al instituto.
***
El móvil empezó a sonar.
Lo cogí al quinto tono.
Era mi madre.
-¿Amber?- preguntó sollozando.
-¿Mamá?
-Tienes que ir al hospital, tu hermana ha tenido un accidente.
-¡¿Qué?! ¿Qué ha pasado?
-La han atropellado de camino al colegio.
Colgué.
Cogí lo primero que encontré en el suelo y me vestí rápidamente .
Salí corriendo de casa. Decidí no coger el metro porque estaba bastante cerca, tan solo a dos manzanas. Además estaba demasiado nerviosa para estar en un sitio tan lleno de gente, sin poder moverme.
Llegué agotada a la puerta del Lower Manhattan Hospital.
-¿Dónde está mi hermana?-pregunté en recepción.
-Necesito su nombre, por favor.
-Katy...Katelyn Wadlow -tartamudeé.
-Me lo puede deletrear.
-¡Váyase a la mierda! Ya la buscaré yo –grité airadamente.
Crucé la recepción hecha una fiera, recorrí el pasillo y fui entrando en todas las habitaciones, una a una: B192, B195, B197... Hasta que al final la encontré, la B203.
Allí estaba mi hermana, dormida, tendida en una cama arropada por una sábana blanca. Su cabello dorado refulgía con la tenue luz que se abría camino a través del encapotado cielo de aquella mañana de febrero. Era un día triste, pero parecía estar en paz.
Tenía una máscara de oxígeno y una vía en el brazo izquierdo. Temía que estuviera en coma. De repente, el electrocardiógrafo empezó a pitar cada vez más deprisa.
-¡Ayuda! –empecé a gritar- ¡Enfermera! ¡Que alguien ayude a mi hermana!
Entró la enfermera.
-¡No puedes estar aquí! ¡Sal, por favor!
-¡No, voy a quedarme! –lloré.
Pero la enfermera centraba ya toda su atención en mi hermana. La habitación se estaba llenando de médicos y enfermeros que me estaban empujando fuera de la sala.
Noté que alguien me agarraba pero ya no podía ver nada, me mareé y perdí el conocimiento.
***
La fría luz de los fluorescentes me deslumbró. Reconocí el techo y las paredes blancas de la sala de espera. Cuando se me aclaró la vista vi a un chico mirándome curiosamente. Me resultaba familiar.
Me quedé petrificada al reconocerle.
Era tal y como le recordaba, su irresistible piel bronceada, su pelo rubio oscuro despeinado y aquellos ojos penetrantes.
Era el chico de mi pesadilla.