Fragmentado

454 34 55
                                    

Había pasado mucho desde la última vez que estuvo frente a su chimenea vistiendo sus ropas comunes, demasiado tiempo, y sin embargo, lo único que podía recordar en ese momento era que habían pasado poco más de tres meses desde aquella noche en el desierto.

Tres largos meses desde que todo terminó. ¿O fue cuando comenzó?

Ya no importaba.

Link regresó a Ordon la noche del quinto día de la luna de la caída.

.

.

.

Despertó al amanecer como ya acostumbra en el castillo, pero en vez de levantarse se quedó mirando el techo recostado en la estera que había usado de cama por años.

Estoy en casa. — pensó Link, mientras asimilaba la verdad en tal simple sentencia.

Suspiró suavemente y se sentó.

Yo...

El estruendo de su puerta siendo azotada con fuerza le hizo perder todo pensamiento, y antes de que pudiera reaccionar cayó nuevamente contra la estera, mientras alguien le abrazaba con apremio.

— ¡Has vuelto! — exclamó Ilia con júbilo, mientras le apretaba con fuerza.

Link asintió suavemente, mientras sus brazos envolvían a la chica.

Realmente he vuelto.

Pasó un momento hasta que se separaron y ambos se sentaron compartiendo un cómodo silencio para contemplarse.

Ella no había cambiado, no al menos de forma notaría, pues seguía vistiendo sus ropas tradicionales y sandalias. Su cabello corto, arreglado, y su mirada seguía siendo amable y llena de un brillo confidente. Era la Ilia que conocía.

Por otro lado, él, sin duda, había cambiado. Su cuerpo lucía más tonificado que antes, al igual que su espalda más ancha; y quizás fue su idea, pero también había crecido, pero en lo demás seguía siendo Link, el mismo de ojos afables y expresión estoica. Vestía sus ropas de siempre, aunque la chica notó que las vendas que solían cubrir sus muñecas ahora llegaban hasta sus antebrazos, al igual que los guantes a juego con su túnica verde seguían presentes.

— ¿Estás herido? — preguntó con preocupación, mientras tomaba su brazo derecho.

— No. — dijo suavemente mientras le miraba. — No estoy herido, te lo prometo. — agregó al notar que no parecía convencerle.

Ella lo dejó y sólo continuó con sus preguntas.

— ¿Cuándo volviste?

— Anoche.

— ¿Por qué no nos avisaste?

— No fue planeado, sólo sucedió.

— ¿Es así? — preguntó con cierto recelo. — Sé por tu madre que has estado entrenando soldados para su alteza. ¿Has venido a despedirte?

"Ve a casa, descansa, pasa tiempo con tus amigos, y sin importar cuál sea tu respuesta, una vez estés listo, regresa."

— No. — respondió de forma tajante. — No voy a ir a ninguna parte.

Nunca más.

Una vez ambos bajaron de la casa ubicada en el árbol, e Ilia se aseguró de saludar, abrazar y revisar que Epona estuviera en perfecto estado, ambos caminaron hacia la aldea.

Como era de esperar, la gente de Ordon se encontraba iniciando ya su día, mas una vez vieron a los jóvenes avanzar por el camino central, todos se detuvieron; y la algarabía comenzó.

AnochecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora