❝ ¿Quién fue el primero que lo estigmatizó? ❞
En donde echamos un vistazo a las consecuencias de las visiones de Bruno Madrigal, desde una perspectiva diferente.
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❝ ¿Vas a usar tu don para honrar nuestro milagro? ¿Vas a servir a la comunidad y fortalecer nuestro hogar? ❞
Aquellas palabras seguían incrustados en lo profundo de su mente, haciéndole sentir tan triste como era posible. Bruno de tan sólo siete años de edad, se encontraba observando desde lejos jugar al resto de niños en el río del pueblo, riendo, gritando, salpicando, divirtiéndose a la par. Siempre observando, nunca invitado.
La reputación de sus visiones desdichadas ya empezaba a causar revuelo que con tan sólo verlo o mencionarlo a él, la mala suerte rondaba en el aire.
O eso decían algunos.
La mayoría de niños no querían jugar con él, temiendo a que luego la mala fortuna se les pegara.
O eso les decían sus padres.
El césped crujió bajo las celestes sandalias de una niña de la misma edad que Bruno, ocasionando que el niño cambiara su campo visual sobre su hombro derecho, reconociendo la delicada figura de una de sus hermanas. Julieta. Ella curvó sus cejas llegando al fin junto a él, tomando asiento a un lado suyo.
—¿Porqué estás solo acá, Brunito?
Los verdes ojos del niño observaron el césped bajo suyo, triste y avergonzado.
—No me quieren con ellos. —murmuró apenas. Su hermana echó una rápido vistazo a los infantes a lo lejos, percibiendo sus risas hasta el lugar.
—¿Porqué?
—Dicen que cosas malas pasarán si estoy con ellos.
La niña inclinó la cabeza en confusión. Ya había oído a algunos de sus amigos decir lo mismo de su hermano, sin comprender exactamente a qué venía eso. Por supuesto que Julieta siempre negaba aquellas acusaciones. No eran verdad, su hermano no causaba cosas malas.
—Julieta. —llamó dulcemente Alma a lo lejos. Ambos niños voltearon al oírla.— ¡Ya es hora, mi vida!
—¡Ya voy, mami!
—¿Ya te vas? Pero recién llegaste. —cuestionó Bruno, curvando los labios. Julieta titubeó al levantarse.
—Perdón, hermano. Mamá quiere que aprenda a cocinar más comidas, para cuando sea más grande ayudar a todos con lo que cocine.
—Pero aún eres pequeña para cocinar.
—Es por eso que mamá me enseña. Tenemos cuidado.—Alma seguía parada a lo lejos, en espera. Ella cambió de la imagen de su madre a Bruno.— Jugamos más tarde, ¿sí?
—Está bien.
La vio irse corriendo hasta llegar al lado de la mujer con trenzas, sosteniendo su mano al ingresar en casa, dejándolo atrás. Los hombros de Bruno cayeron al perderlas de vista, llevando su atención de vuelva al río. Volviendo a su soledad.