--4/6/2019--
Mi respiración estaba agitada, mis manos temblaban, un nocturno yacía sobre el suelo de nuestra cabaña, había un agujero justo sobre su garganta, espesa y negruzca sangre salía de él; Mar sostenía el arma que aún apuntaba al cuerpo.
—Mar, por favor vámonos antes de que despierte— jale su brazo manchando mis manos con la sangre que brotaba de la mordida en el mismo—Mar.
—Todo va a estar bien—sus manos tomaron las mías dejando el arma ahí—Tienes que correr, ¿recuerdas cómo corremos cuando recolectamos fresas?—asenti—Pues así, tienes que correr así cuando te diga.
El cuerpo del nocturno templo, más sangre brotó por la herida que comenzaba a cerrarse; mi garganta se cerró, intenté gritar cuando un nuevo nocturno atrapó a Mar por detrás mordiendo su cuello.
—Ahora, corre—Sus ojos se aguaron cuando soltó mis manos, una sonrisa se formó en sus labios—Todo va a estar bien.
Mis piernas se movieron, corrí lo más rápido que me lo permitieron, podía escuchar los aullidos de las asquerosas bestias que corrían detrás de mí. Quemaba, mis músculos se quemaban, sentía que me caería a cualquier momento, pequeños cortes por las ramas se esparcieron por mis piernas.
Estaba cansada, por un pequeño momento la idea de detenerme cruzó por mi mente, estar de nuevo con mi familia. Quise hacerlo, quise parar de correr, pero la imagen de Mar llegó a mi mente, aquella mujer que me cuido durante meses, aun cuando por mi culpa su marido la abandonó, su sonrisa cálida y su abultado vientre de embarazo me golpearon.
Mis piernas fallaron, mi pecho chocó contra el duro suelo, lo intente, intente moverme pero mi espalda chocó con algo, con un par de piernas, mi sangre se helo. Cerré los ojos y esperé lo peor.
El sonido de dos disparos hizo que volviera a abrir los ojos, frente a mi esas cosas cayeron, dos chicos de baja estatura corrieron hacia ellos cortando sus cabezas separándolos de sus cuerpos. Ambos vestían con trajes blancos, tan abultados que parecían un par de malvaviscos.
Mis sentidos se alertaron cuando los brazos de la persona tras de mí me levantaron, su arma estaba sobre mi frente, sentía el frío metal que amenazaba mi vida. Nuevamente la imagen de Mar apareció, ella siempre repetía que todo estaría bien y por un momento decidí crearlo.
—Alaric, Chris, revísenla.
Su rostro era cuadrado, cabello pelirrojo, ojos verdes y cálidos, habría pensado que era amable si no fuera porque ahora mismo su arma estaba en mi frente.
—No hay mordidas Leo, pero tiene varios arañazos.
El malvaviscos de ojos avellana me miró, era más bajito que el de ojos grises, tenía la mejillas regordetas y tintadas de rosado. Sus labios se alzaron mostrando la sonrisa más alegre que había visto en mucho tiempo.
—Eso es de los árboles inútil— habló el malvavisco de ojos grises— Si hubieran sido esas cosas le habrían arrancado las piernas.
—No seas grosero, ella puede oírte— el malvaviscos regordete movió sus manos de forma exagerada señalando hacia mi—Leo no cree que ya puede bajar su arma.
—Que no esté infectada no quiere decir que no esté armada.
—No lo está— El de ojos grises levantó la pistola que me había dado mar— Por lo menos ya no.
El pelirrojo bajó el arma sin dejar de mirarme poniendo el seguro de la misma, se cruzó de brazos. Note después de algunos minutos que él no llevaba el mismo traje que los malvaviscos, vestía un pantalón estilo militar junto a una camisa de cuello alto, ambos en color negro.
—mi nombre es Leo O'conner, ¿Como te llamas niña?— me quedé callada, no sabía quiénes eran ni por qué estaban ahí— Cuando alguien te habla debés responder.
—Mi nombre es Alaric, Alaric Daly—su mano cubierta tomó la mía estrechando la un poco, su sonrisa aún seguía ahí— ¿Cuál es el tuyo?
—Fer, Fernanda... Mendez.
—¿Estás sola?
—Creo que sí.
—¿Lo creés?—El pelirrojo puso su mano sobre el arma— Es una simple respuesta de si o no, contesta.
—No lo sé— mis manos volvieron a temblar—Estaba con una mujer, antes de que esas cosas nos atacarán, Yo no sé sigue...viva.
Un nudo se formó en mi garganta, me costaba respirar y el solo pensar que Mar pudiera estar muerta me hacía temblar.
—Bien—Me tomó del brazo llevándome con ellos hasta el enorme barco aparcado sobre la arena—Tenemos que irnos entonces, Teodoro te examinará cuando lleguemos.
—¿Teodoro? ¿Examinarme por qué?
—Teodoro es nuestro doctor, solo revisara que estés