Capítulo 3

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Pero yo ni siquiera sé lo que soy. No sé si soy gay, ¿entienden?” Habló León. En ese momento actué por instinto, no podía retenerme más, tenía que hacerlo. Me acerqué a él, tomé su rostro con ambas manos, me paré en puntas de pié y deposité en sus labios un beso que jamás voy a arrepentirme de haberlo dado. Las mariposas de mi estómago estaban en revolución y mi corazón latía fuerte. Ese beso generó mejor efecto que cualquier droga que haya probado jamás. Entonces decidí algo, a partir de ese instante iba a cambiar todas las drogas a las que era adicto, por una sola: León. Sabía que podía vivir sólo de él. Reemplazar el calor de los cigarrillos por su calor corporal, suplantar el humo de la marihuana por el aroma de su perfume, y embriagarme sólo con sus besos. A la vez me sentía estúpido, y es que eso genera el amor. Tenía que saber si el rubio sintió lo mismo, entonces le pregunté si le gustó, a lo que sólo respondió: “Sí” y volvió a sonrojarse. Seguramente el sentimiento no fue igual, pero al menos pareció haber disfrutado del beso. “Entonces te declaro homosexual. Listo. ¿Feliz?” dije divertido, intentando demostrar que sólo estaba jugando. NoLeon me regañó recibí ningún tipo de respuesta. León continuaba sonrojado y sin decir una palabra. Mateo sólo tapaba su boca para no reírse a carcajadas. Pensé que la había cagado, pero aún así no me arrepentí. Ahora el ambiente se tornó demasiado incómodo, tenía que escapar de alguna manera. Dije lo primero que se me ocurrió. “Bueno, yo tengo que irme.” solté. ¿Eso fue lo mejor que pude decir? ¡Soy un estúpido! Enseguida me maldije. Quería huir del momento incómodo, no huir literalmente. Por fin habló León, gracias a Dios, pensé que jamás me volvería a dirigir la palabra. Cuestionó a dónde iba... ¿Por qué habrá preguntado eso? Supongo que para aprovechar el cambio de tema... o tal vez de verdad le importaba. No sé si fue un intento de fingir indiferencia, pero la contestación que escapó de mi boca fue que tenía cosas que hacer; ni yo me creí eso. El rizado me preguntó si volvería a su casa, nunca sabré cuál era la respuesta que esperaba... tal vez deseaba volver a verme, o a lo mejor sólo quería asegurarse de no tener que soportarme más. Como no sabía lo que él quería, tampoco supe qué responder. Le pregunté si podía volver en caso de no encontrar dónde dormir. Respondió que sí, con una mueca extraña, parecida a una sonrisa, pero quizás era fingida. Me dijo que me esperaría, eso me animó un poco. Sólo abrí la puerta y salí, sin destino alguno.

Una vez más me encontré solo en la calle, al menos ya no estaba lloviendo y los cálidos rayos del sol chocaban en mi rostro, causando que entrecierre un poco mis ojos. Comencé a caminar sobre el asfalto, tenía un poco de hambre y además recordé que le debía el dinero del pago de la droga a Mariano. Conclusión: necesitaba plata, y no tenía una sola moneda. No era la primera vez que me pasaba eso.

Detuve mi caminata al llegar a la plaza y decidí sentarme un rato en un banco, para descansar. “¡Rama!” oí una voz conocida. Levanté la vista y me encontré con un castaño de ojos color avellana que me miraba sonriente. “Hey, Nico. ¿Cómo estás?” lo saludé. Nicolás es un chico con una historia de vida parecida a la mía, aunque con la diferencia de que él fue quien decidió irse de su casa. Tiene sólo quince años y ya escapó del reformatorio tres veces. Nadie puede con él. Es muy audaz y si le das la espalda, cuidado. Mejor tenerlo como amigo que como enemigo. Sin embargo, conmigo se lleva bastante bien. Me quiso vender cocaína. Sólo le dije que no quería. Insistió, me convidó de la suya porque supuso que no tenía dinero. Volví a negar su propuesta , le conté que decidí no consumir nada más. Quiso saber el motivo, y se lo dije: “Me enamoré” confesé sincero, a lo que respondió con carcajadas. “¿Tenés algún celular (móvil) para venderme?” me preguntó seriamente en voz baja, después de sentarse a mi lado. “No. No volví a robar”, le respondí. Él volvió a burlarse de mí y cuestionó irónicamente si también ahora asisto a misa los domingos y canto en el coro de la iglesia. No dije ninguna palabra, ni tampoco hice alguna mueca. Dejó de reírse y volvió al tema. Esta vez fue una propuesta: “Si me conseguís un celular bueno, te doy $300, así puedo venderlo a $600. ¿Te parece bien?” habló susurrando, mirando de reojo a un policía que vigilaba la plaza. Le dije que no, que lo robe él mismo, pero insistió, ya que nosotros dos solíamos trabajar en equipo. Nicolás es bueno haciendo negocios, y yo soy rápido para correr con pertenencias ajenas, además de que pocas veces se dan cuenta, a diferencia de él, que siempre lo pillan. “Puedo intentar venderlo a $700, y te doy $350. ¿Ahora te gusta?” mejoró la oferta, y agregó: “Yo tengo los $350 acá. Te los doy apenas me entregues el celular”. Permanecí en silencio por unos segundos, sin responder nada. Con $350 podría saldar lo que le debo al Rengo, e incluso comer. No quería robar, pero pensé que podía ser una buena idea. Sería la última vez. Volví a mirarlo a los ojos y le dije que aceptaba. Respondió con una sonrisa de victoria.

Relato de un drogadictoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora