Capítulo 5

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Desperté, aunque creí que había muerto. No sabía si estar feliz por seguir viviendo o prefería que me hubiese pasado lo otro. Me incorporé sintiendo aún el mareo, siendo éste el único síntoma que perduraba, no sé por qué los otros me habían dejado libre. Di un paso brusco, que me recordó la herida que apenas comenzaba a secarse, con una puntada de dolor. No sé cuántas horas estuve primero dormido y luego desmayado, pero me había pasado el día entero dentro de ese galpón y ya era de noche.

Salí afuera y no tenía idea de dónde me encontraba, entonces decidí comenzar a caminar por la misma calle por la que vine, y así llegaría a mi punto de partida. No pensaba volver a la casa de León, sólo buscaba ubicarme. Al cabo de hacer creo que dos cuadras, vi a un chico castaño caminando delante, a pocos metros. Se parecía mucho a Nicolás. ¿Era él? Aceleré el paso para lograr estar más cerca y sí, definitivamente era él. "¡Nico!" lo llamé. Creo que no reconoció mi voz y por eso volteó. Al verme parado detrás de él, maldijo por lo bajo. "¿Qué querés?" me preguntó imperativo, pero a la vez con algo de temor notorio en sus labios temblorosos. "Que me pagues lo que me debés." respondí seco. Me dijo que no tenía dinero, pero no le creí. Esta vez fue él el que tomo valor e intentó pegarme. Sí, sólo lo intentó. Ni yo sé cómo hice eso, pero esquivé el golpe y en un movimiento saqué la navaja de Pedro de mi bolsillo, apuntándolo como su amigo me lo había hecho la noche anterior. "No tengo nada", volvió a repetir. Metí mi mano en su bolsillo y saqué un pequeño fajo de billetes. Sonreí feliz y me lo guardé enseguida. Seguramente no alcanzaba a pagar la deuda de $350, pero me conformaba con sólo algo de dinero. El pobre chico casi se larga a llorar, por el tacto del objeto metálico a punto de lastimar su piel. Lo dejé ir, y volvió a escapar corriendo. Me dio pena, pero él se lo buscó. Otra vez volví a mi escondite, el galpón. Para poder contar esa plata seguro de que nadie vaya a sacármela y quiera morir otra vez.

Cuando comencé a apartar los billetes, no podía creer lo que tenía en mis manos. $846 exactamente. Todo mío. Aunque me moría por gastar hasta el último centavo en drogas, decidí guardar un poco. Sin embargo, retomé mi camino para dirigirme a la casa de Mariano, a comprar aunque sea unos gramos de hierba y pagarle lo que le debía.

Por suerte llegué a mi destino sin problemas. Lancé un silbido particular, que se trataba del llamado entre El Rengo y sus clientes. Mi primo no tardó en salir, pero al verme pareció espantarse, y sólo gritó: "¡No te quiero volver a ver acá, pendejo de mierda! Ya demasiados problemas me trajiste" y cerró la puerta provocando un estruendo. No tengo idea de a qué se refirió con eso. ¿Habrá sido por León? No sé lo que habrá pasado la noche en que le dije que venga a comprar en mi nombre. Lo más extraño es que ni siquiera quiso cobrarme lo de esa vez.

¿Qué iba a hacer ahora? Necesitaba mi droga. No podía seguir así, y el Rengo no quiso venderme más. Enseguida recordé a otro tipo que una vez me consiguió una dosis de éxtasis por poco dinero. No sabía si él continuaba vendiendo, pero tenía que intentarlo. Tuve que caminar quince cuadras desde donde me encontraba, por suerte pude acordarme de su dirección y llegué sin problemas. Esa zona del barrio se veía peligrosa hasta para mí. Demasiado oscuro, muchas caras desconocidas que te provocaban miedo al mirarte y hasta prostitutas en las esquinas, incluso algunas ejerciendo su trabajo allí mismo, a la vista de cualquiera que pase por la calle.

Golpeé las manos en la casa de este tipo, cuyo nombre no recordaba y él salió preguntándome a qué fui. Estaba seguro de que era él, porque reconocí su rostro. "Una vez te compré éxtasis" afirmé. "¿Y ahora qué querés?" cuestionó con cierta desconfianza. Le pregunté si tenía marihuana y sólo cerró la puerta, sin decir nada. No sabía si irme o esperarlo, por suerte opté por la segunda opción. A los cinco minutos volvió a salir, con la bolsita y un paquete de papelillos en sus manos y me los entregó, después de cobrarme, claro.

Relato de un drogadictoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora