Prólogo.

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El motor de uno de los últimos modelos fabricados por BMW rugía minutos antes de estacionarse en el aparcamiento estudiantil de una de las mejores universidades situadas al norte de Vancouver, Canadá. Todo ser que se paseaba por allí observaba con curiosidad el vehículo blanco del que se bajaban un chico y una chica, a quienes todos conocían y algunos temían. Hablamos de Nathan Davis y Dana Tyler, dos de los más populares en la universidad. El moreno cerró la puerta del coche y miró hacia su compañera con una dulce y chulesca sonrisa.

—Ya hemos llegado..— Susurró la chica tras soltar un pequeño suspiro y mirar a su alrededor.

—¿Preparada para otro año más?— Nathan alzó una de sus cejas y se reunió con su compañera frente al coche, mirándose con complicidad.

—Qué remedio.— Musitó, cogiendo las maletas que le entregaba su amigo, que soltó una pequeña carcajada. Dedicándose una pequeña sonrisa y comenzaron a caminar hacia el hall de la residencia mixta en la que vivirían otro año, ya que comenzaban el tercer año de carrera; él de periodismo y ella de psicología. Muchos se giraban a saludarles, otros ni siquiera se atrevían a intercambiar miradas por miedo a que les ignoraran o se burlaran.

Tras recoger las llaves de sus respectivas habitaciones, ambos caminaron hacia las escaleras para subir a sus plantas correspondientes, ya que los chicos residían en una y las chicas en otra. Nathan observó el número del llavero que le habían entregado y miró puerta por puerta hasta dar con la suya, la habitación 212. Entró a la que sería su habitación durante los siguientes nueve meses, y al levantar la vista se encontró con un chico de más o menos su estatura, delgado pero bien formado. Su pelo era una especie de castaño claro con rubio ondulado, resaltando sus ojos azules claros como el mar; vestía unos vaqueros rotos oscuros, una camiseta de pico negro a juego con su chaqueta de cuero y sus botas militares. En el momento que sus miradas conectaron, Nathan sintió la ira recorrerle de extremo a extremo.

—¿Quién eres y qué haces en mi habitación?— Refunfuñó el moreno al verle frente a una de las dos camas que poseía la habitación, deshaciendo su maleta.

—Perdona, ¿me hablas a mi?— El medio rubio alzó una de sus cejas, sonriendo con engreimiento. Nathan apretó la llave entre sus dedos y dejó la maleta a un lado, adentrándose un poco en la habitación.

—¿Ves a alguien más en esta habitación?— Echó un leve vistazo a su alrededor y de nuevo posó la mirada sobre Daniel, su nuevo compañero de habitación a pesar de que Nathan diera por echo que no lo sería. Por la simple razón de que él se negaba, quería intimidad.

—No, solo veo mi habitación.— Daniel dio un paso al frente, haciendo un pequeño gesto con las manos refiriéndose a la habitación, dedicándole una pequeña carcajada al moreno con el fin de enfadarle más.

—Creo que te equivocas amigo, nunca he compartido habitación y no voy a empezar a hacerlo ahora.— Nathan se giró y tiró su maleta sobre su cama mientras que Daniel se acercó a su mesilla de noche y agarró sus llaves.

—Habitación número doscientos doce, esa es mi habitación.— Murmuró abriendo la puerta, señalando el número que había en esta.— Y parece ser que es esta, así que te equivocas tú.— Nathan se giró hacia el chico furioso, rodando los ojos. En milésimas de segundos decidió que no iba a darle el placer a Daniel de salirse con la suya, así que le dedicó una pequeña sonrisa y salió de la habitación, cerrando la puerta a su espalda. Se encaminó por el pasillo, pasando por la sala de chicos que había donde sus compañeros que estaban allí se preguntaban si era él, o si simplemente se parecía. Bajó las escaleras de nuevo hacia la sala mixta de la residencia, donde rápidamente encontró a Dana y la agarró por el brazo, recibiendo una asustada mirada de esta.

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