»Capítulo 7; Instinto animal.

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Las doce se habían convertido en una hora punta en la cafetería. Tan solo dos carreras tenían clase, y ni Dana ni Nathan estaban en ellas. Tampoco Daniel, que había quedado con su ya oficial novia para tomar un café mientras descansaban antes de tener clase de psicomotría, que no era precisamente el fuerte del ojiazul.

—Uno con leche para la más bonita de la universidad, y uno solo para mi.— Él se había encargado de pedir y llevar los cafés, que aunque los había pedido para llevar se lo pensaban tomar en una de las mesas de la terraza. Esperó una respuesta por parte de la muchacha, pero parecía inmersa tecleando en su teléfono móvil.— ¿Ocurre algo? Llevas nerviosa desde que nos hemos visto..

—Oh, no.. No.— Dana sonrió.— Simplemente estaba hablando con Thomas, que me ha recomendado que viese una serie y la empecé anoche y es fantástica. Tienes que verla conmigo.

—Me parece bien, quizás podamos verla esta tarde. ¿Estás libre?

—La verdad es que no lo sé.. Sabes que no me gusta hacer planes de antemano cuando tengo clase, porque nunca sé lo que nos van a mandar.— Su móvil sonó y rápidamente volvió su atención a él, esperando que el mensaje fuese de su mejor amigo. Por suerte, sí lo era. ''Acabo de salir de clase. Voy a hablar con Jason.''

—No sabía que se llevaban bien.. Últimamente Nathan está muy raro. ¿Le pasa algo? A penas pasa tiempo en la habitación..

—Nathan es así.— La castaña bloqueó el móvil y lo dejó sobre la mesa.— Tiene esas temporadas en las que se evade de todo el mundo y vive en su burbuja.

—Pero eso lo hace siempre, o al menos desde que le conozco. ¿Cómo puedes ser su amigo? Sois tan diferentes...

—Somos como dos piezas de puzzle, Daniel. Encajamos porque nos complementamos.

—Tú eres mejor..

—Nadie lo es..— Y volvió a centrar su atención en el móvil.

Nathan recorrió la facultad en busca de alguien que no le resultó nada difícil de localizar. Haber pasado más de un día transformado por completo en su forma felina le había ayudado a desarrollar más sus sentidos, por lo que su olfato alcanzaba más distancia y así lo hacía su oído. Esa misma mañana había escuchado como a dos manzanas de allí, una persona dejaba caer la persiana de un local. Cuando se encontró frente a la puerta de la sala de audiovisuales, el aroma de Jason se intensificó tanto que sintió que su corazón quería escaparse. Las manos comenzaron a temblarle y él empezó a sudar.

Siendo completamente honestos, Nathan no es un chico que disfrute de tener sentimientos. Desde el instituto, su única misión había sido crear una coraza tan fuerte alrededor de su corazón que le resultase imposible tener el mínimo sentimiento por nadie o nada. Sin embargo, desde la noche anterior se encontraba en un estado bastante sensible. Entre pocas y muy distantes horas de sueño, había estado pensando en si realmente aquello tenía un final bueno. Si toda su frialdad, chulería y egocentrismo desembocaban en algo bueno o tan solo lo hacían en una gran tragedia que le haría ser odiado por sus seres más queridos, o aquellos que empezaban a hacer efecto en su corazón. Palpitaba con intensidad, sintiendo que a tan pocos metros estaba Jason. Podía sentir su corazón y su calidez corporal. Y ya, hablando de él.. Se sentía culpable por haberle tratado mal. Él no quería, pero su cabeza le había hecho creer que debía. Y no lo hacía, pero a la vez sí. Necesitaba mantener su imagen de chico duro e inalcanzable que solo se relacionaba con gente guay... Aunque en el fondo quisiese relacionarse con todos.

—Jason, ¿se puede?— Exclamó desde donde estaba tras haber llamado un par de veces a la puerta. En cuanto el castaño le dio permiso, se adentró en la sala. Se quedó a pocos pasos de la puerta, los suficientes para que pudiera cerrarse. Estaba nervioso por primera vez en demasiado tiempo.

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