Radicalis la hija de Mysteria

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Estaban en mi cabeza, pero no era consciente de ello. La historia se había hecho carne. Después de tantos lapsos de tiempo en blanco me habían alcanzado mis personajes. Hakin: cuerpo pálido, ojos rojos y cabello tan grueso y tan blanco como su piel ¿Era necesario seguirle la corriente? De que hablaba, claro que no era necesario ¿o sí? Después de todo fue él y sus compañeros quienes me salvaron la vida.

La calle se hacía angosta y empezaba a formar una espiral, me acercaba al centro, a la estructura más grande e imponente. Por una pequeña entrada algunas jovencitas cubiertas con telas hacían fila para ingresar, llevaban en sus manos cuencos y jarrones. Más de cerca vi sus muñecas y sus tobillos, eran sin duda hongos. Con gran sigilo espere a que la última desapareciera en el interior para luego escabullirme dentro.

Se trataba de un auténtico castillo, las raíces mágicamente habían adoptado las formas precisas que daban lugar a la bella edificación. Paseando por los pasillos temí ser descubierto, pero al parecer a nadie le interesaba que estuviera allí. Que ridículo me sentí cuando en varias ocasiones pasaron seres hongo a mi lado sin siquiera determinarme.

Había amplios salones, cuartos repletos de aparatos extraños y un sin número de objetos curiosos. En las plantas más altas encontré algunas habitaciones cerradas y entre más ascendía las puertas cerradas se hacían más frecuentes hasta el punto en el que no logre abrir ninguna otra. Sin darme cuenta estaba exhausto, tenía sed y quería descansar las piernas. Una debilidad extraña me sometía así que me apresure a sentarme en un escalón.

Un ruido estrepitoso y termine cubierto de un líquido tibio. No podía estar peor, el frio no se hizo esperar.

– Di-disculpe – decía mientras trataba de secarme con las telas que la cubrían.

Despejé mis ojos y pude verla con claridad, era una de las jovencitas que traía cuencos en la entrada. Se veía bastante apenada, sus mejillas estaban ruborizadas en un tono verde claro y no paraba de limpiarme afanosa.

– No te preocupes, ya me encontraba bastante cochambroso antes de entrar.

– Permítame atenderlo, venga, acérquese a este cuarto y secare sus prendas.

Intente negarme, pero fue inútil. Cuando parecía que desistiría flaquee y casi caigo al suelo. Con su ayuda me acerque hasta donde me indico, un cuarto pequeño con algunos canastos al rededor y una estera en el suelo.

– Recuéstese por favor, No es de aquí ¿verdad? Ni me lo diga, se le nota. Supongo que la debilidad lo está consumiendo, no debe estar acostumbrado a padecer mal de arbor.

– S-sí, sí. -Digo débilmente.

– No se moleste en hablar, nosotros los cumpanis vemos esto muy seguido. Espere un momento iré por algunos implementos e ingredientes.

La veo irse mientras siento que me va a estallar la cabeza, mis ojos se entrecierran y me desvanezco en sueños.


Hace muchos años, tantos que no podría contarlos, existió un rey menor que con gran esfuerzo y determinación logro integrar a su mando toda la llanura que lo rodeaba, a excepción de un punto. Un enorme árbol se interponía entre él y su intención de integrar las aldeas distantes. No le hacían falta colonias, ni recursos, ni mucho menos sirvientes. Tenía todo lo necesario para hacerse cargo del árbol o al menos eso pensaba.

– ¡Un leñador! -Gritaban a grandes voces los mensajeros por todas partes del reino- Quien logre darle la estocada final al árbol recibirá grandes riquezas.

Uno tras otro, leñador tras leñador e incluso herreros y otros obreros fallaron en su intento. El árbol era muy fuerte y aunque las más filosas y pesadas herramientas habían intentado dañarlo, sucedía siempre lo obvio, el árbol se mantenía intacto. La fuerza que absorbía del suelo era infinitamente mayor a cualquier cosa que pretendiera derrocarlo.

El rey no podía dormir, en las noches se desvelaba y de día no paraba de dar vueltas de esquina a esquina. Hasta que un día él mismo tuvo una idea. Convoco a todo hombre habilitado en el reino para trabajar y los obligo a cortar las hojas del gran árbol. Unos meses después, habiendo cortado hasta la última de ellas el rey logro dormir dichoso. Pretendía descansar plácidamente para luego festejar, pero sus planes se vieron frustrados cuando le llegó la noticia de que una hoja dorada adornaba la copa del árbol. Grande fue su ira y pronta su orden para que fuera cortada y traída a sus pies.

Cuando cayó la hoja dorada un gran terremoto sacudió las profundidades y se extendió volcando a su paso todo lo que cubría la tierra. El árbol se hacía cada vez más enorme y sus raíces destrozaban la llanura a su paso. El rey y sus súbditos murieron aquel día, solo algunos de los habitantes de la más lejana periferia lograron escapar del desastre.

– Estas despierto ¿Cómo te sientes?

– ¿Qué sucedió...? - digo moviendo el cuerpo con esfuerzo. -

– Te desmayaste, pero ya te suministré lo necesario, dentro de poco estarás como nuevo.

– No, dime que sucedió después, en la historia.

– No pensé que estuvieras escuchando... Bueno, es difícil saber que paso después, pero algo es muy cierto. El árbol se hizo colosal y sus hojas crecieron de nuevo.

– ¿Es una historia real? -pregunto mientras trato de levantar la cabeza-.

– Si es real o no, no interesa. Sirve para distraer las mentes angustiadas y eso es suficiente. Soy Radicalis ¿y tú?

– Soy Hefrent, gusto en conocerte.

Radicalis trabajaba en el castillo, al igual que sus demás compañeros debía encargarse de suministrar agua a las habitaciones, mantener los salones limpios y realizar una larga lista de tareas que para mi suerte incluía atender a los debilitados. Sus manos eran de toque suave, sus mejillas redondas y su cuerpo desbordaba energía.

– Perdona, fue mi culpa. Me distraje mientras bajaba las escaleras. Nadie suele sentarse allí. Tu comportamiento es muy extraño al igual que tu ropa.

– Soy de un lugar vecino y vengo de visita...

– Ja, ja, ja ¿De visita? Vaya que eres optimista. -dice mientras camina hacia la puerta-.

– ¿Qué tiene de gracioso? -digo levantándome y estirando los brazos-.

– No se viene aquí de visita.

Antes de que se marchara note que del manto que cubría su cabeza se escapaba un cabello, me acerque a ella y con delicadeza lo puse en su lugar. Un cabello bastante peculiar.

– Tengo mucho por hacer. Espero verte pronto y en otras circunstancias. -Sonrió levemente y desapareció al final del pasillo.

Con su baja estatura y su actitud decidida me había hecho sentir como un chiquillo. Recordé los síntomas y reviví en mi mente lo sucedido. Parece que el reloj corre a una mayor velocidad en este mundo y con la imposibilidad de ver el cielo no había forma de saber cuánto tiempo había transcurrido. Radicalis había sido de mucha ayuda, no hubiera podido llegar lejos sin saber la sentencia que recaía sobre mí, además, mi ropa estaba limpia, seca y muy lisa ¿Me habrá desnudado?

Sali bastante apenado de la habitación, intenté cerrar la puerta y al no lograrlo entendí que no se trataba de puertas aseguradas sino muy pesadas, en los pisos superiores solo entraban quienes eran capaces de abrir las puertas. No tenia la menor idea de adonde dirigirme, me daba gran curiosidad aquel lugar, pero preferiría estar tendido en casa, en mi cama, arropado hasta la coronilla.

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Mal de arbor: Enfermedad causada a partir de la absorción que ejercen las raíces de un árbol colosal sobre todo lo que le rodea, los síntomas habituales son dolor, náuseas, vomito, mareo, debilidad y delirios culminando con el fallecimiento del paciente.


Cumpanis: Encargados de oficios múltiples y labores de enfermería.

Likaha: El reino de los hongos. [Borrador].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora