Gustacio - 🌿 run 🌿

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Recostado en el frío césped, sujetó con fuerza la mano de su amigo que yacia a su lado, con su otra mano bajo su cabeza y una expresión de concentración, observando las pequeñas luces que iluminaban el casi negro cielo sobre ellos.

Volteó a verlo, admirando su rostro marcado, llevando su mano a las pequeñas cicatrices que adornaban sus mejillas y pómulos.

El contrario ni se inmutó ante el tacto, cerrando sus ojos disfrutando de las caricias que recibía.

- ¿Aún no estás listo, cierto?

Suspiró dejando caer la mano con la que acariciaba su mejilla.

El rubio volteó mirándolo fijamente, pudo perderse en los dulces ojos azules que le miraban lleno de emociones.

Confusión, amor, deseo, ilusión.

No necesitaba hablar demasiado para decirle lo que quería.

Y Horacio lo sabía, pues era el único capaz de leerlo como si de un libro se tratase.

- No lo sé, Gus.

Lo miró, volver la vista al cielo, cerrando los ojos como si pudiese dejarse llevar.

La suave brisa acariciaba ambos cuerpos, con delicadeza y cariño.

- Seamos como las estrellas, Horacio... pero brillemos para nosotros. No tenemos nada que perder.

Dió un fuerte apretón a su mano. Le emocionaba la idea de ser el uno para el otro, así había sido durante mucho tiempo.

Amaba la idea, tanto como a él.

"No tenemos nada que perder"; y así era, lo sabía. ¿Qué perdería si desaparecían una noche? ¿Quién pensaría en ellos?

Varias personas pasaron por su mente, pero le era casi imposible imaginarlos preocupados por él y Gus.

- ¿Será ésta noche?

- ¿Lo quieres hoy?

La pregunta retumbaba como un eco interminable, no estaba seguro del todo, y eso le daba mareos de solo pensarlo.

Se incorporó sentándose, mirándolo caminar nuevamente a la casa. Gustabo era alguien de ideas claras, un tómalo o déjalo, y le fascinaba. Si no fuera por él, aún seguiría en su casa junto a su padre abusivo.

- Decídete, Horacio. ¿Te quedarás conmigo?

El sonido de sus pasos resonaban en el suelo de madera, alejándose lentamente y perdiéndose dentro de la casa.

Observó sus pies descalzos, algo fríos por el rocio que comenzaba a caer del cielo, y luego las estrellas, una última vez antes de pararse y caminar dentro de la casa.

Trabó la puerta trasera, luego de cerrarla detrás suya, y siguió hasta la entrada, viendo a Gustabo que se abrochaba su chaqueta.

- ¿Qué pasa?

- Gus...

El teléfono comenzó a sonar, ambos voltearon a verlo, pero ninguno fue capaz de hacer un movimiento para contestar.

El suspiro de Gus, resonó por lo bajo casi como un murmuro, captando la atención de Horacio.

- ¿Y si es él?

- Pues atiende, ¿No? Solo te dirá lo mismo.

- Pero le importo... se preocupa por nosotros, Gustabo.

El rubio volteó mirándolo en la oscuridad, únicamente con la luz de la noche alumbrando su rostro. Acercándose a él, tomó su mano, acariciando los nudillos.

- No, Horacio. Solo le importas porque te necesita para su beneficio, no le interesas por ser tu.

Nuevamente, comenzó a sonar.

El ruido del teléfono era una tortura para la mente del moreno, entre todos los pensamientos que llevaba.

Cerró los ojos con fuerza, sintiendo la mano de Gustabo soltarle y los pasos dirigiéndose a la puerta.

Los abrió mirándole, a la nuca donde su cabello dorado recaía. Se agachó en el suelo y se colocó las zapatillas negras que habia dejado en la tarde, luego de volver del trabajo.

La chaqueta de FBI descansaba en el perchero, el teléfono no paraba de sonar y la noche se volvía aún más oscura.

Se paró en cuánto terminó de ajustarlas, y pasó sus brazos por el cuello del mayor, abrazandolo y pegandolo a su pecho.

Hundió su rostro en el hueco de su cuello, olfateando el dulce aroma de su piel.

- Quiero quedarme contigo... no te vayas sin mi otra vez.

Las caricias de las manos contrarias le relajaban, y aunque el sonido del teléfono no cesaba, estaba seguro de lo que quería.

- Vamos antes que ellos lleguen entonces.

Soltó el agarre de su cuello, tomando la mano de Gustabo, saliendo de la casa y caminando juntos hasta el auto negro, que descansaba en la puerta.

Ambos subieron, abrochándose los cinturones. Le dió una mirada al rubio que arrancaba el auto, casi con furia, dejando atrás la casa que tanto le había costado.

Aunque le dolía eso, supuso que era hora de finalmente hacer lo que quería, y gracias a Gustabo, podía tenerlo.

Él era todo lo que había anhelado.

O.S - Volkacio, Gustacio, Jackacio, etcDonde viven las historias. Descúbrelo ahora