Capítulo 4: Regreso a casa.

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Capítulo 4

Nate

Todavía no logro acostumbrarme a la diferencia horaria entre París y Los Ángeles, así que estoy durmiendo poco.

Son las dos de la madrugada y yo sigo sin poder pegar un ojo. Estaba algo cansado, toda la tarde estuve desempacando mis cosas y ayudando a mi madre con los empleados de la mudanza, cosa que me dejó exhausto.

Luego de darme una ducha me decidí por amontonar mis cajas con mis cosas dentro de ellas en una esquina de lo que sería mi cuarto.

Al terminar de desempacar una donde había guardado mi ropa, me cambié mi ropa habitual por mi pantalón de pijama y como hacía demasiado calor no me molesté en ponerme una camiseta.

Estaba hablando con Pierre, uno de mis amigos relativamente cercanos. Desde que le comenté que volvía a mi ciudad natal, nos distanciamos un poco, la relación de amistad que había entre nosotros esos últimos meses no fue la misma, pero seguíamos en contacto.

Le comenté que me iba a dormir dando fin a la charla, él dijo que iría a su clase de tenis, ya que en París eran las cinco de la tarde, y aunque no tuviera sueño yo tenía que descansar.

Cuando tenía dieciséis años, mis padres decidieron mudarse a París, Francia. Allí había nacido y criado nuestra madre y quería al menos que pasáramos una parte de nuestra vida en ese lugar para saber más sobre cómo es su cultura y parte de nuestro árbol genealógico.

Ya pasados dos años de acostumbrarme a la lengua francesa, a los dieciocho, tomé la costumbre de levantarme temprano e ir a la cafetería más cercana para escribir, algo que descubrí que me apasionaba, mientras ingería un abundante desayuno. Me di cuenta que la literatura se me daba bastante bien y que también disfrutaba de ella.

Todas las mañanas tenía la misma rutina: levantarme a las siete, tomar un baño, cambiarme, coger mi computadora y encaminarme a la cafetería.

Tomaba mi desayuno que siempre variaba, y me quedaba sentado en mi mesa escribiendo por horas. Normalmente recibía un mensaje de mi madre cerca de la hora del almuerzo, que me daba la señal de que ya era hora de volver a casa.

Dos años más tarde, mi familia decidió volver a nuestra ciudad -o pueblo mejor dicho- de nacimiento. Un pequeño, pero agradable, lugar en Los Ángeles.

No podía creer como Nicholas tenía energía para ir a una fiesta luego de un vuelo de horas y tener que cargar con las cosas de la mudanza toda la tarde. Él regresó hoy a casa con nuestra madre, yo había llegado el lunes y desde ese día que no parábamos de llevar y traer cajas y muebles dentro de la casa junto con los empleados de la mudanza. Mi cuerpo no daba más del cansancio que generaba todo ese movimiento y Nick estaba como si nada, a veces envidio su energía.

Conecté mi computadora y mi celular, no sin antes poner la alarma a la hora de siempre, para tenerlos con batería al día siguiente, luego me recosté finalmente en mi cama hasta que me quedé dormido pasado un buen rato.

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Desperté por mi alarma y me encaminé directo al baño para tomar una ducha. Me puse la ropa que había desempacado la noche anterior, que consistía en unos jeans azules con una camiseta blanca y mis zapatillas. Tomé mi mochila donde tenía algunos cuadernos y libretas, guardé mi celular, mis auriculares y mi computadora, para salir en busca de la cafetería a la que había concurrido estos días y ponerme manos a la obra.

No tardé mucho en encontrarla. En una esquina del centro comercial se leía en un gran cartel de color amarillo con letras negras "Cafeteriate: cafés y delicias para alegrar tu día".

La chica del mocha blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora