Capítulo 11: Disculpas aceptadas.

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Capítulo 11

Nate

No pude dormir.

Mis pensamientos siempre deambulaban en la chica de ojos bonitos. No podía dejar de preguntarme que le ocurrió para estar a la defensiva de esa manera. Tampoco dejé de darle vueltas a la imagen de ella tan tranquila recostada en su cama. Como a través de su ropa se le marcaban las costillas y las clavículas como nunca antes había visto en una persona. No era la gran cosa, pero si me dejaba pensando.

Mentiría si dijera que no estaba preocupado. Pero no debería, ni siquiera es mi amiga. Solo le estoy haciendo un favor al idiota de Nicholas.

Tomé mis cosas que usualmente llevaría a la cafetería, pero que las trasladaría a la casa de Mía en su lugar.

Esperé a que sean las ocho, para no ir tan temprano y que pueda dormir un poco más. No sé por qué debería preocuparme, por cómo se ha estado comportado debería estar a las seis en punto tocando a su puerta.

Una vez en la entrada toqué, tanto la puerta como el timbre, unas cuarenta veces. En ningún momento abrió.

Escalé nuevamente por la pared, al igual que ayer, la cerca de la vecina fue de bastante ayuda para poder subir. Intenté abrir la gran ventana, como ya lo había hecho una vez. No cedió.

Desde dentro, se abrieron las cortinas para revelar al rostro de la diosa de la destrucción. En su cara estaba pintada una mínima sonrisa de triunfo y con su mano izquierda me da un saludo. Arpía.

Me lo veía venir, así que rodee la casa hasta donde estaba la ventana de la cocina que dejé abierta el día anterior por si sucedía algo así.

Una vez adentro, muy sigilosamente comencé a buscar las cosas y así preparar el desayuno.

Calenté agua y busque unas tostadas y queso. En una de las repisas, buscando café, logré encontrar solo mocha blanco. Decidí dejar el sobre de té que había seleccionado para mí a un lado y prepare dos mochas.

Cuando tuve todo listo, preparé las cosas en una bandeja y subí a sorprender a la desastrosa.

Otra vez la puerta del cuarto estaba cerrada. Apoyé mi oreja en ésta para ver si podía escuchar algún sonido. Nada.

Entonces entré.

–Te dije que estaría aquí para el desayuno y...

Levanto mi cabeza de la bandeja y lamento haberlo hecho.

– ¡¿Qué carajo crees que haces aquí maldito psicópata?! –grita ella, mientras ajusta el agarre a la toalla que envuelve la desnudes de su cuerpo e intenta quitar su cabello húmedo de su cara.

Automáticamente, dejo la bandeja en el piso y me giro para salir por donde vine. Cierro la puerta detrás de mí. La vergüenza y arrepentimiento adueñándose de cada una de mis facciones.

–Yo...em... lo, lo siento –comienzo a explicar y no tengo ni la más pálida idea de porque estoy tartamudeando–, no tenía idea.

Pasan aproximadamente unos cinco minutos antes de que ella salga de su habitación disparada en mi dirección. Estaba usando unos shorts de tela negros y una remera del mismo color, que por la humedad de su piel, se pegaba a la misma.

Me había sentado contra la pared opuesta a la puerta de la habitación de Mía.

–Desast...Mía, de veras lo siento –me explico mientras me pongo de pie en frente de ella. Está hecha una furia–. No tenía...

– ¡¿Con que no tenías idea?! –Su tono sigue siendo demasiado elevado y con su dedo índice, acusador, me empieza a dar toques en el pecho– ¡¿De veras que lo sientes?!

La chica del mocha blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora