Capítulo 7: Mala suerte.

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Capítulo 7

Mía

El rostro de ojos bonitos iba de mal, a peor. Por unos instantes vi cierta curiosidad en ellos y algo de sorpresa, pero sin dejar de lado la irritación o molestia que tenía acumulada.

–Mía, toma asiento –objeta mi acompañante quien le echa una mirada de pocos amigos a su hermano, que no se da cuenta ya que soy quien tiene su atención. Nick toma una silla de una de las mesas vacías y la coloca contigua a la mía.

Obedezco sin emitir ningún tipo de sonido.

La incomodidad puede palparse en el aire y agradezco que el mesero interrumpa el silencio que se sembró en la mesa. Éste nos dejó tres de las cartas para hacer nuestro pedido. Los tres las leemos en silencio y con atención, hasta que Mark, el mesero –según su identificación-, se para a mi lado luego de unos largos minutos.

–Buenas noches. ¿Decidieron que van a ordenar? –pregunta con un tono amable.

–Yo quiero una hamburguesa con papas doble y, en lo posible, con una cerveza –objeta Nick.

–Deberías pedir agua mineral en lugar de cerveza –espeta el pelinegro.

–Con una cerveza –repite Nick un poco más alto y cortante. El mesero anota. Nathaniel niega con su cabeza a modo de desaprobación.

–Bien. ¿Qué va a ordenar, señorita? –pregunta amablemente Mark en mi dirección.

–Um, una ensalada caesar pero sin el pollo, por favor.

– ¿Vas a pedir una ensalada? –pregunta incrédulo Nathaniel.

–Sí. ¿Algún problema? –digo de mala gana.

–Ninguno, pero si piensas pasar hambre...

–Será mi problema –giro mi cabeza nuevamente hacia Mark, que intercala su mirada de Nathaniel hacia mí como en un partido de tenis–. ¿Puede ser también con una cerveza?

Asiente mientras anota en su libreta. Nos giramos cuando sentimos la voz gruesa del pelinegro.

–Quiero lo mismo que ella –todos lo miramos, pero él tiene los ojos clavados, de nuevo, en mí.

El mesero anota y se retira diciendo que en un momento traerá nuestra comida.

Nathaniel deja de verme luego de mucho más tiempo del que me gustaría admitir para mirar a Nick, que parece enviar dagas clavadas a la cabeza de su hermano telepáticamente.

– ¿Qué? –pregunta el pelinegro, con un tono de burla.

Je sais ce que tu essaies, n'y pense pas *–la voz de Nick sonó más fría que nunca, pero solo me quedé mirándolo, sorprendida. Luego recordé que ellos pasaron muchos años en Francia, por eso el idioma.

Tu ne sais rien alors ferme ta guele, petit frère*–contesta el pelinegro borrando toda expresión de diversión para sustituirla con una mucho más seria - ¿Pourquoi l'avez-vous ameneé?*

Parce que je veux, c'est fini.*

Ambos se dieron cuenta que yo quedé sorprendida e incómoda nuevamente.

Desviaron sus ojos de mí para luego mirar hacia mi espalda, donde dos empleados, uno de ellos Mark, se acercaban para servir nuestros platos.

Agradecimos y empezamos a comer en un silencio para nada cómodo, que fue interrumpido minutos después por Nick.

– ¿Cómo vas con lo de tus trabajos, Nate? ¿Lograste terminarlos?

–No –contesta secamente. Gira su cabeza en mi dirección–. Fue increíble, como si una diosa de la destrucción se cruzara en mi camino mágicamente para romper mi computadora. Con mis trabajos en ella –vuelve a mirar a su hermano, y con un tono más amargo, añade–. No tiene arreglo. Debo hacerlos a mano o en una nueva computadora, desde cero.

La chica del mocha blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora