Homenaje a Terry Pratchett

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La desidia llena la caja hasta rebosar. Tienes cosas que hacer, por supuesto, siempre las tienes, pero ahora mismo te suda todo lo que viene siendo la entrepierna. Que se acabe el mundo, que a ti te va bien.

Intentas obligarte a moverte de la cama, pero sabes que no podrás. Media hora de autoconvencimiento tirada por la borda cuando hundes la cabeza entre las mantas. Vuelta a empezar, ensayo y error, y te levantas a la hora de comer porque te lo ordena el cuerpo.

Abres la nevera, observas, cierras la nevera. Vas al baño, meas, piensas, vuelves a la nevera, y te comes los restos de la cena de hace dos noches. Masa fría y viscosa sin sabor aparente, acompañada de cerveza.

Te sientas en el sofá y enciendes el televisor. No buscas ver nada en concreto, sólo intentas que el tiempo pase más rápido, aunque ni siquiera sabes para qué. La salvación divina, la 3ª Guerra Mundial o el timbrazo del cartero comercial, lo que pase primero.

Cambias de una cadena a otra con maestría, el mando del televisor es una extensión de tu anatomía, la pantalla refleja el trabajo rutinario de meses y meses de entrenamiento en la materia

*Click* Canal de teletienda.
-¿Está cansado de su viejo sofá?
*Click* Canal de yoga.
-¡Arriba ese culo!
*Click* Canal de música.
-… no nos podemos dormir en los laureles, aún queda mucho por hacer.
*Click* Canal de cine bélico.
-¡No podemos rendirnos, señor!
*Click* Canal de tarot.
-Estoy viendo su futuro en las cartas y…
*Click* Canal de arte.
-… pinta maravillosamente bien.
*Click* Parte meteorológico.
-El fin de semana se presenta soleado.
*Click* Otro canal de teletienda.
-¡Aproveche ya esta oportunidad!
*Click* Canal de telenovelas.
-¡¿Aún no lo has entendido?!
*Click* Canal de autoayuda.
-Repita conmigo.
*Click* Canal de cine.
-¡La primera regla del Club de la Lucha es que…!
*Click* Otro canal de cine.
-¡Soy el rey del mundoooo!
*Click* Canal de deportes.
-¡… OOOOOOOOOOOOOOL!
*Click* Canal porno.
-¡AHHHHHHHHH!

 Apagas el televisor, crees haber entendido el mensaje. Piensas. Le das vueltas. Enciendes de nuevo la televisión, y te masturbas con un coro de gemidos resonando en tu cabeza. No quieres parar hasta provocarte el orgasmo más grande de tu vida. Te concentras, utilizas cada técnica que has visto anteriormente en busca de la que más se amolde a las necesidades de tu cuerpo. Ardes, sudas, jadeas, tiemblas. Has encontrado el punto, y sientes que no falta mucho. Ya llega, ya llega, ya llega. Llegó.

Te tambaleas con cara de satisfacción hasta el baño, te desnudas, y te das una ducha caliente. La sensación del agua cayendo sobre tu cuerpo se te antoja extraña, pues hacía ya un tiempo que no considerabas tu aseo personal una parte esencial de la rutina.

Cuando sales de la ducha te miras al espejo. Das asco, pero tiene arreglo. Media hora después pareces otra persona. Literalmente. Ya no parece que le hayas robado los documentos de identidad a nadie, eres reconocible.

Te aplaudes por el cambio, y te diriges a tu habitación. Abres el armario, y esquivas por los pelos una nube de polvo. Apesta a cerrado. Te desnudas, dejas aparte la ropa que llevabas puesta para tirarla a la basura cuando salgas, buscas entre tu ropa algo decente que ponerte, y te vistes.

Ya está, se acabó el exilio. Nada de encerrarse en casa y comprar por internet. Estás a punto para volver al mundo real.

Te calzas, tomas las llaves de casa, respiras hondo, y sales.

Tu primera reacción cuando el aire fresco te golpea es tomar una bocanada inmensa. ¡Habías olvidado que el aire en realidad no era tan denso como en tu casa! Los rayos de sol acarician tu piel y te hacen sentir querido, los pájaros cantan mejor que esos latinos rapados del canal de música… Quizá el mundo no fuera tan malo, al fin y al cabo.

El Dios Televisión tenía razón, es tu momento. Vas a tomar las riendas de tu vida, a darle una vuelta de 180º. Estás de tan buen humor que lo olvidas todo: tus problemas, tus miedos, tus frustraciones, tus fracasos… hasta mirar antes de cruzar la calle.

Un camión de mudanzas te atropella mientras cruzas con una sonrisa inmensa en la cara. Sientes tu cuerpo quebrarse ante la fuerza del monstruo de metal antes de volar varios metros. Antes de tocar el suelo, has muerto.

Quizá malinterpretaste las señales, después de todo.

-YA ERA HORA. PODRÍAS HABERTE AHORRADO LA ESCENA TÓRRIDA DEL SOFÁ –La voz, pesada como unos calzoncillos de plomo, te taladra el alma-. ES ALGO QUE NO PODRÉ QUITARME DE LA CABEZA EN MUCHO TIEMPO. Y CUANDO DIGO MUCHO, ES MUCHO.

La muerte te observa y te atraviesa con sus cuencas vacías y te estremeces, aun sin cuerpo. Cada una de sus palabras va acompañada de un sonido que te recuerda de forma vaga al que hacen los dados al chocar entre sí dentro de un cubilete. Además, si no fuera un hecho altamente improbable, jurarías que la Muerte te observa con el ceño fruncido.

-¿TIENES MIEDO? –La Muerte se ríe como un montón de cadenas arrastradas sobre el asfalto- TRANQUILÍZATE, ESTO NO PUEDE SER MUCHO PEOR QUE UNO DE ESOS REALITY SHOWS QUE ACOSTUMBRAS A VER.
»NO, NO HAGAS ESO. NO CREO QUE TE GUSTE CONTEMPLAR TUS RESTOS. NO ES UNA VISIÓN AGRADABLE.
»VAMOS, TE COMPRARÉ ALGO BONITO POR EL CAMINO.

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