Capítulo 4: Matemáticas.

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Capítulo 4: Matemáticas.

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El timbre sonó y el salón fue quedándose vacío de uno en uno. Heavy se quedó de último terminando de copiar los apuntes de la pizarra. Pudo haber salido con los primeros sí no se hubiera pasado la mayoría de la clase hablando con Alina.

Se colgó la mochila en el hombro y antes de poder cruzar la puerta la profesa de matemáticas le pidió que se acercará a su escritorio.

La Profesora Elena, una treintañera con una mirada letal al enojar y amistosa sí sabes tratarla. Alta y siempre porta su elegancia de los treinta con orgullo. Cabello negro azabache y siempre motivando a todos a aprender matemáticas.

Se acercó, se preparándose mentalmente para el regaño por no prestar atención a su clase. Tragó saliva como sí así pudieran desaparecer sus nervios. Todos conocían los famosos castigos que la Profesora Elena imponía.

—Mi querido Heavy —dijo la profesora y lo sintió como un mal augurio—. Hay cosas de la que quiero hablar contigo.

Asintió. Dándole paso a que continuará.

—¡Oh, Heavy, tranquilízate! —La maestra rio con gracia—, Solo que tus notas han bajado un poco y he notado las complicaciones que has tenido en mi clase. Los exámenes están próximos.

—¿Que tan próximos? —se aventuró a preguntar.

—Tres meses sí no hay ningún inconveniente.

—Comprendo.

—Tienes suficiente tiempo para estudiar y más te vale que lo aproveches sí no tendrás que hacer muchos exámenes más para pasar el año —La profesora lo señaló con el lapicero que tenía en la mano—, ¿Está entendido?

—Sí, Profe.

La mujer le sonrió tan tranquilizadora. Agradeció antes de retirarse y mientras caminaba hacía el patio buscando a sus amigos en la multitud de estudiantes que disfrutaban el recreo pensó en qué diablos haría para estudiar.

Nunca fue bueno en matemáticas y al parecer este año no tendrá la oportunidad de pasar rozando las notas.

—¡Ey, Heavy! —escuchó a su espalda pero antes de girarse unos brazos le cayeron encima. Claro, solo Victor llega así—, ¿Por qué tardaste tanto?

—Me quedé hablando con la profesora —contestó mientras cambiaba el curso que no sabía que tenía hacía la cafetería—. Dice que no debo reprobar el exámen final. Cambiando de tema ¿Y Alina?

—Se fue con sus amigas.

Y ahí comprendió el porqué su amigo estaba solo.

Durante las siguientes clases pensó en lo que haría para estudiar ¡Dios! Era tan malo para concentrarse. Seguramente ni pasaría de la primera ecuación.

Dejó caer su cabeza en la mesa y resopló mientras un maestro viejito imparte la clase de historia. Algo sobre economía. No le está prestando atención.

—¡Alina! —susurró intentando no ser atrapado. La chica de cabello castaño oscuro se giró a verlo. Igual de precavida que él.

—¿Que quieres? —murmuró en respuesta y ambos se pusieron tiesos cuando el profesor vió en su dirección.

—¿Conoces a alguien que sea bueno en matemáticas?

Porque llegó a la conclusión de que necesita a alguien que lo golpeé en la cabeza cuando no se concentré y sucumba a la flojera.

—Diana.

Esa fue la única respuesta que necesito. Se enderezó en su asiento y procurando no llamar la atención le escribió un mensaje a la chica de cabello rosa pastel.

«Necesitó hablar contigo. Nos vemos en la entrada»

Cuando la última campanada del día hizo señal de presencia salió corriendo del salón sin esperar a sus amigos, casi como las almas de sus compañeros que el diablo se lleva.

Quizás salió demasiado apresurado. Le tocó esperar unos minutos para que Diana se asomará con su rosado cabello entre la multitud.

—¿Que es tan importante? —preguntó ella de brazos cruzados cuando se acercó.

—¿Que tan buena eres en matemáticas?

—No es por presumir pero soy la mejor —Diana se acomodó la mochila en el hombro izquierdo con altanería. Sonrió complacido.

—Entonces ya se como cobrar el favor —dijo feliz de haber encontrado a quien lo golpearía hasta con una escoba para que se concentrará—, ¿Puedes enseñarme?

Diana lo miró fijamente como sí fuera algún tipo de bicho pelirrojo raro. Pero al final aceptó.

—Serán en tu casa. Martes, miércoles y jueves ¿Puedes esos días?

—Sí.

Un problema menos. Esa chica cada vez le caía mejor.

—Entonces nos vemos mañana en tu casa.

—¿Mañana? —preguntó confundido.

—Mañana es martes —Contestó la chica de cabello rosa pastel con obviedad.

No lo dejó objetar porque ya se había ido. Bueno, no puede quejarse.

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