Capítulo 1

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121 días

Los libros se equivocan, al menos los que cuentan apasionantes historias de amor y desamor donde la personificación de este son dos personas, quizás tres o más, que descubren el significado de amar cuando sus miradas se juntan o sus cuerpos se unen.

Constantemente estás amando, aun cuando te sientes el ser más desdichado del mundo. Jaden había visto de cerca cientos de historias sucediendo a su alrededor, convergiendo. Podría aventurarse a decir que cada día, en las inmensas calles de Roma, veía un corazón gritar de felicidad y otro de agonía; solo había que fijarse bien. 

Mientras decidía qué sección de Roma inmortalizaría hoy en sus dibujos, vio a una chica sentada junto a una pequeña farola, pasando tan desapercibida como parecía desear, pero para su mala suerte, Jaden era todo un observador. Desde su posición podía ver las lágrimas salir de sus ojos, soltando pequeños hipidos mientras rompía un extenso papel que parecía ser una carta. Podría ser pretencioso, creerse un mentalista nato, tanto que en su mente ya se había inventado una historia completa de desamor que desembocase con aquella chica llorando a lágrima viva y como una gran mayoría, sumiéndose en la tristeza pensando que el amor no es para ella.

Si pensaba eso, estaba totalmente equivocada, pero Jaden no pensaba ir a decírselo. Aún en su agonía, la chica estaba amando con locura, seguramente a quién le había roto el corazón y también a la música que envolvía sus sentidos. Seguramente ahora mismo parecía un loco, sonriendo hacia ella cuando ni siquiera la conocía, solo por ver cómo cerraba los ojos y enredaba su dedo índice en uno de los cables de sus auriculares, amando y dejándose amar por la música. Jaden esperaba, con todo su corazón, que acabase de aprender que en la vida tu corazón no pertenece solo a personas; pertenece a melodías, monumentos, olores, sabores, ... Si no le metiesen directamente en un psiquiátrico o le detuviesen por alteración del orden público, comenzaría a gritar que el amor constantemente nos rodea y las personas amamos mucho más de lo que creemos. Nuestra felicidad no se haya solamente en personas.

Jaden, por ejemplo, amaba Roma. A la ciudad eterna, a su ciudad.

Calles inmensas que había recorrido demasiadas veces como para contarlas, esquinas que había usado como referencia para sus dibujos y cómo no, monumentos emblemáticos que, aunque pasasen los años nunca perderían su encanto. ¿Cómo podía asegurar que estaba enamorado de Roma? Sencillo, miraba cada lugar como si fuese la primera vez, maravillado y extasiado. 

Roma tenía sonido propio, las pisadas de la increíble cantidad de turistas unido a los músicos callejeros le daban un toque incluso contemporáneo para estar tan rodeados de historia. Aunque le fuese agradable la mayoría del tiempo, solía elegir sitios menos concurridos para sus dibujos, donde había más paz y espacio para que nadie le quitase la visión directa de su ciudad. No se consideraba alguien diferente, pero no recordaba tener más de cinco fotografías de Roma, al contrario de la cantidad de flashes que veía al día. Jaden inmortalizaba su asombro por medio de trazos disparejos y suaves, tratando de ser lo más fiel a la realidad en cada folio. Siempre prefirió un dibujo a una fotografía, era la forma perfecta de asegurarse que se fijaba en cada detalle del paisaje y, sobre todo, captar lo que ninguna cámara de última generación podría: cariño y dedicación.

La parte más difícil era elegir un nuevo lugar para dibujar, no porque hubiese algo que no le gustase, hasta una tienda con su respectivo toldo le parecía interesante, sino que decidir era todo un tormento cuando deseaba inmortalizar en papel cualquier lugar. Su búsqueda frenó cuando dejó de bajar los aparentemente sin fin escalones de la Piazza di Spagna. Ahí, desde una altura considerable, descansó su pequeña carpeta y lápices, sentándose en un lateral de los escalones y sonriendo ante el nuevo lugar que acapararía su atención durante varios días.

MusaWhere stories live. Discover now