Capítulo 8

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La primera vez que te sostuve entre mis brazos, tus ojos se encontraron con los míos.

Y los vestigios de mi corazón roto, te amaron.

No hay mayor inocencia que la de tu alma reflejándose en la mía.

Pero ten cuidado, mi pequeño lienzo en blanco, todo tiene un precio; mientras más inocencia, más ciegos nos volvemos a la maldad del mundo.

Es allí en la inocencia, que los corrompidos ven la fascinación.

En su intento por poseer algo que ellos perdieron en el camino, te deján vacío.

Es esa inocencia lo que nos hace débiles.

Una vez que la pierdas, ya nada volverá a ser como antes.

La dulce mirada de tus ojos desaparecerá para siempre y el mal entrará en ti, corrompiéndote.

Ese día, comprenderás que la inocencia por muy bella que parezca te convierte en una presa.

Y ellas, están condenadas a perecer.

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Aquella noche Mariana rezó en silencio, mientras divagaba entre sus pensamientos y el cuerpo caliente de su esposo permanecía a su lado.

Perdóname dios mío, porque he intentado contener el mal que me habita. He intentado inútilmente no sucumbir a los deseos que  me condenaran al infierno; bien sé que tu perdón y tu clemencia son lejanos a mi alma.

Lo he intentado, pero cada vez que siento a los demonios agitándose dentro de mi, no puedo contenerlos.

¿Cuál es la razón de mi existencia?

Sé que he hecho daño, he ido en contra de tus deseos señor.

Y aún así, lo volvería hacer, no puedo detenerme. Aún si eso significa la condena.

Ocúpate de que mi llanto no se escuche, padre de todos, solo tú, sabes la carga que llevamos en nuestra alma.

Si algo quedara de ella.

Mientras una bandada de pájaros negros la seguía, graznando, sobrevolando sobre su cabeza, una versión más joven de Mariana, entró por la puerta, se preguntó si aquellos pájaros venían a decirle que su infelicidad no tendría fin, intentó pensar que no pero ella estaba de acuerdo  con ellos, su destino ya estaba sellado. Ella se encontraría condenada a pasar sus días atrapada por siempre.

Las tardes las cuales eran demasiado calurosas y húmedas parecían no querer abandonarla. De hecho, los días se estaban volviendo cada vez más similares, incluso intercambiables, ella apenas notaba la diferencia entre el invierno y la primavera.

Vio a la invitada indeseada en la sala, ella permanecía sentada en las sillas de roble concentrada en las pieza de ajedrez antiguo de su abuelo. La bonita rubia, le sonrió al verla, tenía sus mismos ojos. Aquellos que su madre parecía detestar, su tía no.

La invitó a sentarse con una mirada simple de complicidad. Aunque esporádicamente la veía, ella podía verla de maneras que ella misma no era capaz.

- Pronto te casarás Mariana - ella sólo asintió, en la mañana le habían comunicado su destino, como a todas las mujeres de su época, sin importar lo que pudiera pensar. 

Luces Y Sombras || Mariana Y CésarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora