Capítulo 5

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Todos ocultamos un secreto, todos guardamos algo en las profundidades de nuestra alma.

Son aquellos secretos los que se convierten en monstruos susurrantes de lo que llevamos dentro, de lo que no podemos ocultarnos a nosotros mismos. 

La iglesia, los llamó pecados.

Y yo tenía muchos pecados que expiar. Pecados tan grandes que mil años de cautiverio ni siquiera bastaban para enmendarlos. 

Y aún así, lo haría todo de nuevo. -  Mariana 

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Tras varios años de responder a las llamadas de la maternidad y de las pesadillas que a veces la invadían, había desarrollado la habilidad de despertar completamente del sueño más profundo.

Y así fue como desperté en ese instante, consciente al segundo de las blancas sábanas de hotel sobre las que yacía, el goteo de la fina lluvia en el exterior, y el cálido aroma del cuerpo de Cesar mezclándose con el frío y dulce aire que se colaba por la abertura de las contraventanas.

Él no estaba en la cama; sin alargar la mano ni abrir los ojos, supe que su sitio estaba vacío. Sin embargo, él debía de estar cerca. Percibí el ruido de un movimiento cauteloso y un ligero sonido rasgado.

Giré la cabeza sobre la almohada, al tiempo que abría los ojos.

El cuarto se llenaba de una luz gris que borraba todos los colores, pero marcaba a las claras en la penumbra las líneas de su cuerpo.

Destacaba entre la oscuridad de la estancia, sólido como el marfil y vivo como si estuviera grabado en el aire. Estaba desnudo de espaldas a mí.

Admiré la redondez de sus nalgas, el pequeño hueco musculoso que las
hacía iguales y su pálida vulnerabilidad. El surco de su columna, cuya suave curva se deslizaba de caderas a hombros.

Se movió un poco y la luz se reflejó sobre el tenue brillo plateado de su cabello que antes solo era negro.

El se volvió, sereno y algo abstraído.

Sonreí en silencio; no se me ocurría nada que decir. Pero seguí mirándolo y él me miró a mí con la misma sonrisa devolviendo la mía. Sin decir palabra alguna se sentó en la cama y el colchón cedió bajo su peso. Posó la mano abierta sobre la colcha y yo apoyé la mía encima, buscando contacto alguno.

- Has dormido bien? - pregunté al fin, estúpidamente.
Una amplia sonrisa le ensanchó la cara.
- No - dijo - ¿Y tú?
- Tampoco. - Sentí su calor, pese a la distancia y lo glacial de la
habitación - No tienes frío?
- No.

Nos quedamos en silencio, pero no podíamos dejar de mirarnos. Lo
observé con atención a la creciente luz de la mañana. Parecía un poco más grande de lo que recordaba y muchísimo más cercano.

- Estás más corpulento de lo que recordaba

El torció la cabeza para mirarme con aire divertido.

-Y tú pareces algo más pequeña.

Mi mano se perdió en la suya y sus dedos me rodearon con delicadeza los huesos de la muñeca; sentía la boca seca.

Tragué saliva y me humedecí los labios. Tenia muchas palabras agolpandoce en mi mente, pero confesar algunas de ellas me era imposible.

Luces Y Sombras || Mariana Y CésarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora