Capítulo 12

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Te he perdido y al perderte todo ha perecido.

Yo, que solo encontraba refugio entre los brazos de la noche, ahora no es más que el recuerdo tormentoso de tu ausencia.

Fuimos más que dos almas rotas encontrándose en éste infierno y ya no seremos.

Jure que jamás te amaría, y te he mentido; más me he mentido a mi mismo, estoy condenado a buscar tu sombra.

Yo, que jamás recé, le imploro cada noche a tú dios que me arranque tu amor de las venas.

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¿Sabes que se siente perder el alma?

Ni siquiera he sabido que tenía una, hasta que la perdí a ella y quedé vacío.

Aquellos ojos que solían mirarme con amor, se esfumaron cuando espiró su último aliento.

No pude llegar a sus brazos, cuando me llamó en silencio, implorando piedad.

Ese día aprendí dos cosas, la primera fue que aquellos que amamos, acaban por destruirnos; la segunda, que sólo los tontos vuelven amar.

Había pensado que solo se podía morir de agonía solo una vez, que iluso, olvidaba que la vida siempre encuentra la manera de joderte una vez más.

Habían pasado infinidad de días desde la última vez que César había visto los ojos de Elisa por última vez y no había pasado ni un sólo día sin que el recuerdo de la única persona que lo miró con cariño lo acompañara.

Si logró sobrevivir aquel infierno, había sido por ella.

Y ahora estaba allí enfrente de aquellas puertas donde lo arrancaron de lo que él creía su hogar, atrás había quedado el pequeño niño indefenso, no quedaba nada bueno en si mismo, excepto aquella mujer.

Subió las escaleras del porche y tocó la puerta. Un sirviente que no reconoció abrió la puerta.

- Señor - dijo diplomáticamente - ¿Puedo ayudarlo?

- He venido a ver a Elisa Lazcano - preguntó como si aquellas paredes no le pertenecieran también. Con la esperanza de que su padre aún no se diera cuenta de su presencia.

Él inclinó la cabeza y lo dejó pasar. Encontró extraño que no preguntara su nombre o la razón por la cual estaba allí.

Mientras caminaba, por los pasillos, más parecía que el tiempo no había pasado por allí, no podía oír nada, ni siquiera se podían oír murmullos. Ni risas. Ni a nadie hablando.

El sirviente lo condujo a una habitación en el lado más alejado de la casa y abrió una puerta.

Era lo que debía ser la habitación de su hermana. Frunció el seño ante la admisión de su presencia allí, sin saber que era su hermano.

Cuan extraño...

- No es el momento - le dijo una anciana mujer al hombre que lo había conducido a través de la casa, al salir de la habitación impidiendo su paso - Ella está muy mal ni siquiera ha tenido tiempo de comer - insistió la mujer - necesita descansar.

- ¿Ella se encuentra mal? - preguntó mientras la anciana le dedicaba una aterrada mirada.

Increíblemente aún recordaba a la mujer vagamente a pesar que su cabello se había teñido de blanco y su rostro tenía las innegables marcas del tiempo en su piel. La cocinera

- Es su tiempo con ella - dijo con firmeza el hombre ignorando su pregunta - Deja al señor hacer lo que desee

La mujer mayor se encontraba petrificada a un lado, como si pudiera reconocer al niño que se fue de allí hacia tanto tiempo.

Luces Y Sombras || Mariana Y CésarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora