.El comienzo del sendero. Parte II

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Es confuso presenciar y entender lo mucho que ha cambiado nuestro planeta en la Nueva Era. Construcciones magníficas, avances tecnológicos de ensueño, "Todo rápido y fácil", ese es su lema. Reconociendo el hecho de que la gran mayoría hemos entendido el concepto de la armonía, que valga la aclaración: el concepto; a la vez se ha tergiversado con el paso del tiempo.

Estamos atascados en un mundo solitario, en donde se habla del humanismo pero lo único que encuentras son personas pensando en sí mismas; queremos alejarnos del pasado, sin embargo no hemos logrado nada que no se haya visto antes. Sólo estamos jugando a saltar por cada una de las huellas encharcadas de nuestros antepasados, nadie quiere intentar labrar un nuevo camino.

Fijo mis ojos en la manera en que el pequeño juega y sonríe a las personas que parecen tratarlo como si fuera su hijo. Mujeres y hombres le dan empujoncitos, despeinan su cabello y lo abrazan por el costado, riendo y comentando chistes que no comprendo del todo.

Es evidente que el vínculo entre ellos es fuerte, muy a diferencia de nosotros. El mayor vínculo que tenemos es con nuestro padre y sólo por eso, porque realmente lo es.

¿Unidad, amor familiar? No lo he vivido, realmente dudo mucho que exista. Recuerdo que hace algunos años, en medio de la final del campeonato de fútbol de la escuela —aun no entiendo qué hacía allí—, divisé a mi papá y a mi bisabuelo en las gradas animándome justo antes de anotar el penalti definitivo que le dio la victoria a mí equipo.

Tras la premiación corrí hasta sus lugares y me lancé al cuello de mi papá gritando: —Papi, papi, tengo una medalla. ¡Mira como brilla! Él me abrazó y me dijo que estaba muy orgulloso, aunque no era necesario que lo dijera porque yo lo veía en sus ojos. Charles, se agachó y ató a mi pie izquierdo una esclava plateada y me dijo al oído: —Así nunca te comerás un gol, pequeño Campeón —estaba feliz, pero al segundo siguiente pensé en mi madre; ni ella ni muchas de las otras madres estaban presentes.

El vínculo nunca ha sido fuerte. NUNCA ha existido.

Por supuesto mi carrera de futbolista fue un completo fiasco después de encontrar la otra parte de mi alma en el piano; pero la esclava sigue en mi pie recordándome a Charles, a mi papá y la libertad que tengo para seguir adelante sin equivocarme.

Los hombres somos los pilares de la sociedad.

Todos creemos que estamos viviendo en la mejor etapa del Reino de los hombres, lo que es una gran mentira. No hay nada. Lo hemos perdido todo. Somos simples máquinas controladas por un centro de poder. Nos hemos acercado y cuidado de la naturaleza externa, olvidando la interna. Desconocemos que somos más que materia física o un ente racional.

También somos sentimientos, vínculos, diferencias, cadenas de energía. Siempre caemos en el mismo juego; cometemos los mismos errores sin darnos cuenta de que estamos muy lejos de la respuesta. La misma respuesta que ha estado todo este tiempo en nosotros y en nuestra cultura. En nuestras raíces.

Creo ciegamente en que alguien ajeno a esta sociedad será quien nos guíe y nos haga ver de nuevo el color. Volver a nuestros orígenes. Ese algo o ese alguien es la razón de mi viaje. Me costó mucho descifrar que este es el fin de esta travesía; aún no lo he encontrado, pero como dice Charles: "El que busca, encuentra".

Pues seguiré buscando.

—¡Eh! Sí, tú chiquillo —lo señalo y antes de dirigirse hacia mí enarca una ceja y resopla con fastidio. Los demás pasajeros, un viejo de barba voluminosa con cejas pobladas que hacen imposible ver sus ojos, una joven de ojos azules saltones que reflejan con brillos dorados el sol sobre el mar y entre ellos, al fondo de la embarcación, Sara la mujer que estaba detrás de mí al comprar el boleto, me observan por un segundo y luego retoman el hilo de su conversación.

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