.Secretos.

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"Susúrrale al viento pues es el único que mantendrá el secreto."

Hijo, ¿vienes a cenar esta noche? Mi familia estará encantada de recibirte... —se sienta en una de las sillas contiguas a la mesa de la sala principal del Museo. Y por unos minutos se deleita contándome lo bien que cocina su esposa. Según parece —Olivia— la señora Bristol prepara la mejor codorniz rellena que jamás se haya cocinado.

Me encojo en mi lugar y acepto su invitación. No me la perdería ya que estoy seguro de que nunca he probado nada como eso. Además cualquiera cocina mejor que mi madre.

Bueno, pues allá nos vemos.

Allí estaré —digo estirándome y levantándome de la silla al frente de la gran mesa donde he aprendido más de lo que quería. Después de un saludo, me encamino a la casona de la señora Santos procesando todo lo que el médico/encargado del museo me ha hecho ver.

Sigo preguntándome cómo es que un doctor es el encargado del museo local. Es muy extraño en verdad.

Ciertamente, el señor Bristol se quedó corto en sus palabras. Es mucho más que "la mejor". Sin duda supera todas las "delicias" culinarias de los libros de mi madre. Frente a mi tengo sobre un plato rojo un ave de tamaño mediano, papas al vapor con perejil, ensalada dulce y un vaso de limonada, que parece ser la bebida local.

La conversación fluye entorno a la reciente graduación de Sophia —mi guía personal en la isla, amante del mundo más allá del mar de los muertos—, y los consejos del anfitrión para su hijo. Todo esto referente a las dificultades que ha tenido contrarrestando las reacciones adversas que tienen los nuevos tratamientos para crear la inmunidad contra el cáncer.

¿El cáncer? Divago por cada uno de los artículos que leí en la revista de mi madre donde hablaban sobre el tema. Hace más de cincuenta años se encontró el inmunizador. Ese fue uno de los mayores descubrimientos tras la firma de los Tratados. ¿Ellos están hasta ahora comprobando? Estoy pensando comentarlo cuando me doy cuenta que ninguno de ellos ha salido de aquí y la pregunta encuentra su respuesta en mi cabeza.

La isla perfectamente conservada y estancada en el pasado. ¿Cuál es está época? La tercera década del dos mil, ¿tal vez la segunda...? ¿Quién dijo que no se puede viajar en el tiempo?

Diez mil palabras y pensamientos inundan mi cabeza tanto que comienzo a necesitar aire para poder despejarme; sumándole el constante picor en mis dedos por poder tocar de nuevo aquel viejo piano del templo y dejar todo... ir. Desde que vi esos ojos violetas, ahora verdes, mi mente lanza pedazos de versos incoherentes y que cualquiera encontraría cursis. ¿Qué me sucede? No es como si fuera la gran cosa. Sólo es una chica. Una linda chica... ¡Basta ya Samuel!

Recorro rápidamente la mesa con la mirada para distraer mis pensamientos. A mi derecha el señor Bristol encabezando la mesa. A su derecha su esposa, la señora Olivia. En seguida Sophia luciendo un vestido verde marino que resalta sus ojos verdes del color de las copas de los árboles en el Amazonas... Como decía, al final de la mesa está la pequeña Naty y a mi izquierda el único Bristol al que no conozco tan bien como quisiera, Sebastián.

Me mantengo fuera de la conversación —totalmente familiar y agradable— sin poder evitar que mi mirada viaje constantemente del rojo de mi plato al verde de los ojos frente a mí. Es como si mi cerebro no pudiera moverse hacia ningún lugar ni procesar nada excepto ella; paro e intento avanzar sin ningún logro. ¿Te gusta Samuel?

Evitando respoder a esa pregunta me dedico a revolver lo poco que queda de la salsa de la codorniz cuando la señora Bristol hace que todos los ojos se fijen en mí: —Y... ¿Cuántos años tienes, Samuel?

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