Capítulo 2: Silencioso tormento

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Para Antonio, las cosas siempre son más sencillas de como las hacen ver los adultos. Por ejemplo, cuando sus papás pelean, él piensa que solo deben hablar entre ellos, pero en vez de eso, decidían ignorar el problema hasta hacerlo más grande.

O cuando el papá de Leticia murió, los adultos parecían no querer decir nada para no alterarla, por lo que se inventaban historias raras para callar las preguntas de su amiga. Él pensaba que, si se sentaban a explicarle las cosas, todo iba a salir bien.

A él también le gusta escuchar, escuchaba a su mamá cuando decía que debía comerse toda la comida de su plato, escuchaba a su papá cuando le decía que debía recoger sus juguetes del piso, escuchaba a la abuela preocuparse antes de su ceremonia por si no obtenía un don, escuchaba a Dolores quejarse de su propio don y de como le dolían los oídos, escuchaba a Mirabel llorar en la noche cuando ella pensaba que estaba dormido. Él escuchaba a los adultos tener problemas de adultos. Pero ningún adulto escuchaba sus "problemas de niño".

Cuando estaba por recibir su don, su mamá le dijo que no estuviera nervioso y él le confesó que sentía que si no obtenía un don la abuela iba a dejar de querer pasar tiempo con él, su mamá solo le acarició la cabeza y se río diciendo algo como un "que cosas dices" para luego dejarlo solo. Intentó hablar con su papá, pero él no comprendía la sensación de nervios en su panza, trató luego con sus hermanos, pero ambos estaban demasiado ocupados con sus tareas, intentó luego con Luisa, pero ella le dijo que no podía estar cerca o se lastimaría con algún material, luego fue con Isabela, pero ella solo lo ignoró. Nadie tenía tiempo, nadie excepto Mirabel.

Su prima siempre estaba para él, lo escuchaba y realmente entendía lo que sentía.

Por eso, cuando no la vio salir del salir de los escombros de casita, lo supo, supo que había perdido a la única persona que lo entendía, con quien podría hablar a todas horas, con quien se podía sentir triste y llorar y gritar sin que lo llamaran berrinchudo. Era simple, perdió a su mejor amiga.

Era un nuevo día y ellos tenían que volver al derrumbe a empezar las reconstrucciones, él solo quería quedarse en la casa de Olivia y Cata y poder sentirse triste otro rato más, pero no podía.

Se alistó, algunos de sus amigos le habían prestado ropa en lo que sacaban sus cosas de los restos de Casita. Bajó e intento comer lo más que pudo de su desayuno, podía sentir la mirada de toda su familia quemándole la nuca, pero no dijo nada.

Una vez que salieron, se aferró a la falda de su madre, había descubierto que si hacia eso la gente no se acercaba a decir que lamentaba su perdida.

En la reconstrucción él no tenía un papel fijo, ayudaba a identificar las cosas que se encontraban, le llevaba a su papá vasos de agua y se mantenía atento a ver si encontraba alguna cosa valiosa.

En ese momento él, su mamá y José estaban caminando por la que él identificó fue su habitación, levemente se preguntaba que paso con sus amigos animales, sí, sabía que habían salido de la casa al comienzo del derrumbe, pero no estaba seguro a donde habían ido. Ambos adultos a su lado se mantuvieron hablando, por aproximadamente cinco minutos, antes de que los tres comenzaran a moverse por los escombros.

José les había explicado que el piso era inestable, y que si pisabas mal podía venirse abajo, por lo que su mamá y él debían tener mucho cuidado. Caminaron un poco más hasta que llegaron a una especie de punto alto entre los restos de Casita. Mientras los adultos hablaban de algo, él se dedicó a ver alrededor, si tenía suerte, la mayoría de sus cosas no estaban sepultadas y podrían rescatarse.

Entonces lo vio, soltándose de la mano de su mamá corrió hasta la parte de abajo.

—¡ANTONIO! — escuchó a su mamá seguido de un pequeño trueno antes de que ella lo alcanzara.

Bajo los escombrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora