BAILA PARA MÍ

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Una colaboración entre Mars y Cotton Candy parece ser la llave para que ellas consigan la atención necesaria antes de lanzar la nueva canción que están preparando y con la que pretenden volver a estar en el número uno.


BAILA PARA MÍ


Llevo cerca de una hora sentado frente al volante. El tráfico de Seúl es infernal por las mañanas, casi tanto como el de Boston, así que no me ha costado acostumbrarme. En Estados Unidos aprendí a no desesperarme por ello y aprovechaba ese rato para poner en orden mis pensamientos. Dentro de la quietud y la soledad de mi coche, repasaba la agenda del día, leía algún informe e incluso llegué a tomar alguna decisión importante.

Pero aquí, en Seúl, todo es distinto. Aunque lo intento, soy incapaz de centrarme en el trabajo.

Jenna se ha convertido en la protagonista de todo lo que sucede en mi cabeza cada vez que cierro los ojos, incluso cuando no estoy dormido. Me paso los días reescribiendo en mi cabeza todos los momentos que compartimos: cada conversación, mirada o sonrisa. Por primera vez en mi vida sé lo que es soñar despierto.

Anoche, cuando se bajó de mi coche al dejarla frente a su casa y asomó la cabeza por la ventanilla para darme las gracias, no podía despegar los ojos de sus labios carnosos, de sus mejillas sonrosadas o de sus expresivos ojos.

Quizá fuera a causa del cansancio, o puede que la presión le estuviera pasando factura, pero la coraza que siempre lleva puesta, sobre todo ante mí, se estaba haciendo pedazos. Parecía más vulnerable que de costumbre. Estrujaba el asa de su bolso y mantenía la cabeza agachada, con timidez, a la vez que hacía un esfuerzo considerable por contener las lágrimas.

Estuve a punto de mandarlo todo a la mierda y dar rienda suelta a lo que siento cuando la tengo cerca. Y no solo en el coche. La cena resultó una verdadera tortura. Los ojos se me iban a sus labios casi de forma inconsciente. Quizá debería haber olvidado que soy su jefe, haber la distancia que nos separaba y haberla estrechado entre mis brazos para confesarle lo cómodo que me sentía a su lado, lo feliz que me hacía verla sonreír, y susurrarle al oído que no iba a permitir que nada ni nadie le hicieran daño jamás.

Pero, en vez de eso, me despedí con una leve inclinación de cabeza y pisé el acelerador hasta el fondo. Necesitaba huir de allí lo antes posible, consciente de que mi corazón estaba haciendo volar mi imaginación hasta el punto de hacerme perder la cabeza. Yo, que he sido siempre tan racional, de repente me veo dominado por las emociones que esta mujer despierta en mí.

¿Cómo voy a prometerle que nadie le hará daño cuando yo soy el primero que puede hacerla sufrir? ¿Cómo voy a protegerla del tipo que tiene en su mano destruir sus sueños si no reportan ningún beneficio para la compañía?

En este mundillo, los ejecutivos de las compañías tenemos que ver a los artistas como simple mercancía que hay que desechar si no tiene valor. Uno de mis primeros cometidos al frente de Starpeace fue el de rescindir los contratos de los artistas menos productivos, y Cotton Candy era uno de ellos. En cuanto Jenna pisó mi despacho, su personalidad y confianza, tanto en su trabajo como en las otras chicas, me arrollaron por completo. A duras penas conseguí mantener el tipo mostrando un gesto impasible en mi rostro mientras mi corazón latía como si quisiera romperme el pecho.

«Tres meses. Solo pedimos tres meses para demostrarles a todos que se equivocan, incluido a usted», me dijo en actitud retadora, con su cuerpo a escasos centímetros del mío.

Su proximidad me abrumaba, pero, a la vez, era incapaz de alejarme. No fue algo ocasional, sino que se ha repetido en multitud de ocasiones. Cuando discutimos, una fuerza invisible nos atrae el uno hacia el otro y no entendemos de distancias de seguridad. Gracias a eso, cuando cierro los ojos, soy incluso capaz de olerla.

Idol: The coupDonde viven las historias. Descúbrelo ahora