CAPÍTULO 2

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Los tomates ya estaban cortados en trozos muy pequeños y los había distribuido en las cuatro enormes ollas en las que iba a preparar el salmorejo

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Los tomates ya estaban cortados en trozos muy pequeños y los había distribuido en las cuatro enormes ollas en las que iba a preparar el salmorejo. El ajo, la miga de pan y el aceite de oliva ya se encontraban mezclándose con los tomates, solo faltaba añadir un litro de sangre por olla. Para ello me dirigí a la cámara frigorífica y con ayuda de un carrito, me dirigí de nuevo a cocinas con la sangre. Desenrosqué el tapón de la botella térmica que contenía la sustancia carmesí y vertí una a una las cuatro botellas. Únicamente me faltaba esperar a que se hiciera completamente a fuego lento, y después echar la mezcla dentro de la batidora para tener listo el salmorejo.

La verdad es que olía delicioso y me encantaría probarlo aunque llevase sangre. Estaba hambrienta y pasarme horas en la cocina utilizando ingredientes frescos y hermosos y preparar con ellos deliciosos manjares, era toda una tentación.

Durante estos últimos 10 años, había hecho todo tipo de comidas, desde platos tradicionales de cuchara, a postres y helados. Nunca había probado nada a excepción de los días en los que se celebraban cenas importantes en el palacio, pues los ricos suelen tender a comer un poco de todo y no acabarse nada por completo, derrochando comida en perfectas condiciones, por ello, en torno a las cinco de la mañana que es cuando acababan las fiestas, nos dejaban comernos sus sobras, y en esos momentos, el que llevaran nuestra sangre nos importaba más bien poco. Nunca se desaprovechaba la comida, y aunque estuviera medio babeada por los comensales, no era impedimento para comer todo lo que podíamos.

Esos días se disfrutaban, porque nos dejaban comérnoslo todo, y quedar completamente llenos. El sentir que no puedes probar un bocado más o revientas, era una sensación increíble, y lo mejor era a la mañana siguiente cuando te despertabas y tenías mucha menos hambre de la normal. El pan y el agua nunca acababan de llenarte, y mucho menos con la poca cantidad que nos daban.

— Alba - me llamó la señora Petra - Comienza a hacer el postre - asentí y velozmente me encaminé a la encimera donde ya se encontraban los ingredientes necesarios para la elaboración de la salsa de frambuesa y sangre, y el helado de nata.

Hacer postres era de mis cosas favoritas, pues a pesar de no poder probar, el olor dulzón me embriagaba y hacía que con cada respiración mi ser se sintiera revitalizado.

La preparación del helado fue sencilla y rápida, solo quedaba que se enfriara en los congeladores, por lo que mientras eso ocurría yo hacía la salsa. Dentro de la batidora eché azúcar, las frambuesas, la sangre y dos vasos de agua para que la mezcla no se quedara muy espesa. Luego la calenté en la sartén un poco para que el azúcar se hiciera caramelo y tuviéramos frambuesas caramelizadas con sangre.

La pinta la tenía muy buena, era cuestión de práctica supongo.

— ¡Empezad a emplatar! - Cinco de mis compañeras se apresuraron a colocar platos en los numerosos carritos metálicos de dos pisos que se encontraban en perfecto orden frente a la puerta. Mientras las demás comenzábamos a echar los alimentos dentro de los platos.

la Sangre de mi Alma GemelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora