Capitulo cinco.

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Da igual. No pasa nada, porque me van a ascender.

Entonces Nev tendrá que
tragarse sus chistes sobre mi trabajo y podré devolverle el dinero a mi padre.

Los dejaré a todos de piedra; va a ser fantástico.

El lunes por la mañana me despierto inusitadamente enérgica y positiva, y me
pongo el conjunto habitual para ir a trabajar, que consiste en vaqueros y una
camiseta chula, por ejemplo, una de French Connection.

Bueno, para ser sincera, la encontré en una tienda de segunda mano, pero aún
conserva la etiqueta.

Mientras le deba dinero a mi padre no tengo muchas
opciones a la hora de comprarme ropa.

Es decir, una nueva vale unas cincuenta
libras, y la mía me costó siete cincuenta y está prácticamente nueva.

Subo las escaleras del metro corriendo, el sol brilla y me siento llena de
optimismo.

Imaginaos que me ascienden, que se lo digo a todo el mundo. Mi
madre me preguntará: «¿Qué tal te ha ido la semana?», y yo le contestaré:
«Bueno...»
No, lo que haré será esperar a estar en casa y entonces les entregaré mi nueva
tarjeta de visita sin darle ninguna importancia.

O tal vez vaya a verlos con mi nuevo coche de la empresa. Bueno, no sé si el
resto de los ejecutivos de marketing tiene uno, pero nunca se sabe. Puede que a
partir de ahora nos lo den. O quizá me digan: «Hemos elegido uno
especialmente...»

-¡Emma!

Me giro y veo a Katie, mi amiga de Personal, que sube jadeando detrás de mí.

Lleva alborotada su rizada y pelirroja melena y va con un zapato en la mano.

-¿Qué te ha pasado? -le pregunto cuando llega arriba.

-El zapato éste -dice desconsolada-. Me lo arreglaron el otro día y ya se me ha
vuelto a romper el tacón. Me costó seis libras. Vaya día más desastroso. El
lechero ha olvidado dejarme las botellas y he pasado un fin de semana horrible.

-Creía que habías estado con Charlie -comento sorprendida-. ¿Qué ha
sucedido?

Charlie es el último novio de Katie, con el que sale desde hace unas cuantas
semanas. Habían planeado ir a la casa que él tiene en el campo y que arregla en
sus ratos libres.

-Ha sido una pesadilla. En cuanto llegamos dijo que se iba a jugar al golf.

-Bueno, está a gusto contigo y actúa con toda normalidad -insinúo, intentando
ver el lado positivo.

-Puede -acepta dubitativa-. Después me preguntó -si me importaría hacer algo
mientras él estaba en el club. Le contesté que no y entonces me dio una brocha y
tres botes de pintura. Me aseguró que si era rápida, podría acabar el cuarto de
estar.

-¿Qué?

-Luego volvió a las seis y me dijo que lo había hecho muy mal. -Su voz suena
más y más desconsolada-. No era verdad, simplemente me había dejado un
trozo porque la mierda de la escalera no era lo bastante alta.

La miro, estupefacta.

-No me digas que pintaste la habitación.

-Pues... sí-contesta fijando en mí sus enormes ojos azules-. Lo hice para
ayudarlo, pero ahora que lo pienso, creo que me utilizó.

No tengo palabras.

-Pues claro que se estaba aprovechando de ti -consigo articular por fin-.
Quiere un pintor que le salga gratis. Debes mandarlo a paseo enseguida. ¡Ya
mismo!

No te lo vas a creer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora