Vale, la verdad es que esto de volar no me gusta nada.
Ya sé que voy en clase preferente, rodeada de lujo, pero sigo teniendo un nudo en el estómago.
Mientras despegábamos he contado muy despacio con los ojos cerrados, y ha servido. Pero me he quedado sin gas en el trescientos cincuenta. Así que aquí estoy, tomando champán y leyendo un artículo de Cosmo titulado: «Treinta cosas que hacer antes de cumplir treinta años.» Intento con todas mis fuerzas dar la impresión de que soy una relajada ejecutiva de marketing que viaja en clase preferente, pero cualquier ruidillo me sobresalta y la menor vibración me deja sin aliento.
Revestida con una falsa calma, saco las instrucciones de seguridad y les echo un vistazo. Salidas de emergencia, posición de seguridad... Si fuese necesario utilizar los chalecos salvavidas, ayude primero a los ancianos y a los niños. ¡Ay, Dios mío!
¿Por qué leo estas cosas? ¿Cómo va a tranquilizarme mirar fotografías de gente que salta al océano mientras el avión explota a su espalda? Vuelvo a poner el impreso en su sitio y tomo un trago de champán.
-Perdone, señora -me dice una azafata pelirroja de cabello rizado-. ¿Viaja por negocios?
-Sí-contesto con naturalidad, y me aliso el pelo con un cierto orgullo.
Ella me entrega un folleto sobre servicios para ejecutivos en el que hay una foto de profesionales charlando animadamente ante un portafolios que muestra un ondulante gráfico.
-Es información sobre nuestro nuevo salón en el aeropuerto de Gatwick para pasajeros de clase preferente. Disponemos de instalaciones para conferencias y salas de reuniones. ¿Le interesa?
Soy una alta ejecutiva que vuela en clase preferente.
-Es posible -respondo mirando el papel con indiferencia-. Sí, quizá me vendría bien una de esas salas para... organizar a mi equipo. Es muy numeroso y, claro, necesita mucha... organización. En cuestiones de negocios -especifico aclarándome la voz-. Sobre todo en... logística.
-¿Quiere hacer una reserva? -pregunta con amabilidad.
-Esto..., no, gracias. Es que se han ido todos a casa. Les he dado el día libre.
-De acuerdo -dice un tanto perpleja.
-Puede que en otro momento -añado enseguida-. Por cierto, ¿ese ruido es normal?
-¿Qué ruido? -pregunta ladeando la cabeza.
-Ése. Esa especie de chirrido que procede del ala.
-Yo no oigo nada -asegura con mirada comprensiva-. ¿La pone nerviosa volar?
-No -contesto de inmediato soltando una risita-. En absoluto. Es... pura curiosidad. Era sólo por saberlo.
-Voy a ver si me entero -dice con delicadeza-. Aquí tiene, señor. Es información sobre nuestros servicios para ejecutivos en Gatwick.
El norteamericano coge el papel sin decir una palabra y lo guarda sin mirarlo. La azafata continúa avanzando; el avión hace un movimiento brusco y ella se tambalea un poco.
¿Por qué ha dado una sacudida?
¡Cielo santo! De repente me invade el pánico. Esto es una locura. Estoy sentada en una caja grande y pesada de la que no hay escapatoria, a cientos y cientos de metros del suelo.
Sola no lo conseguiré. Tengo la imperiosa necesidad de hablar con alguien. Alguien que me tranquilice. Alguien fiable.
Connor.
Instintivamente, saco el móvil, pero la azafata aparece al ,instante.
-Me temo que no está permitido utilizarlo a bordo -me explica con una radiante sonrisa-. ¿Le importa apagarlo, por favor?
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No te lo vas a creer.
Fiction généraleHas tomado una copa de más, hablas hasta por los codos y sin parar ... cuando por fin levantas la vista, unos ojos oscuros y penetrantes te observan asombrados, fascinados y... ¡muy interesados! Después de asistir en Glasgow a una desastrosa reunió...