Dos días más tarde estábamos en la estación de camino a Roma para ir a pasar un par de días en casa de Andrea Benedetti, el padre de Alessandro.
Curiosamente, esta vez no era yo la que estaba nerviosa. Observé al chico que tenía al lado, tenía el pecho agitado, hasta parecía que en cualquier momento le iba a saltar el corazón. Honestamente, sabía perfectamente que nada de lo que dijese lo iba a calmar, por lo que me limité a estar con él.
Pasadas unas largas tres horas, el tren se detuvo en la estación principal de Roma. Para mí, poder tener la oportunidad de visitar una ciudad como esa era todo un sueño. No solía viajar mucho, y a decir la verdad, estos últimos días he viajado más que en toda mi vida. Lo máximo que había viajado en casa, era para ir unos días a Barcelona.
Pero me estaba empezando a gustar la idea de viajar en tren para ir un par de días a otra ciudad.
Bajamos del tren y Alessandro resopló soltando una risa sarcástica.
Delante de nosotros se encontraba un chico, que parecía ser joven, vestido de traje con un cartel entre las manos que ponía nuestros nombres. ¿Ese era su padre?
—Ni siquiera se ha dignado a venirnos a buscar —susurró negando.
—Señor Benedetti —saludó el chico—, señorita Montero. Soy Enzo Ricci —se presentó—. Me ha mandado el señor Benedetti a buscarles. Su padre, me refiero —aclaró mirando a Alessandro. Por su expresión, no le hacía mucha gracia que su padre hubiera mandado a un chico a buscarnos—. Estaré con vosotros estos días, podéis contar conmigo para lo que queráis.
—Gracias Enzo —mencioné y miré unos segundos a Alessandro—. Pero ahora mismo nos gustaría ir hacia su casa y descansar un poco.
—Por supuesto señorita. Viajar en tren siempre es cansado. Tengo aparcado el coche a dos minutos.
No sé porque tenía la esperanza de que no fuese un coche negro. Pero ahí estaba, un Mercedes Benz negro. Era un coche grande, pero era discreto. Las ventanas de atrás estaban blindadas de forma que desde fuera no se podía apreciar el interior.
Enzo guardó nuestras mochilas al maletero y después nos abrió las puertas para que nos pudiéramos sentar en la parte de atrás.
A la media hora, y diez minutos después de abandonar la ciudad, nos adentramos a un pequeño camino rodeado de árboles. El coche se detuvo frente a una gran valla negra, que se abría automáticamente cuando el conductor se identificaba con una tarjeta.
Seguidamente, apareció una gran casa de color blanco con el tejado marrón. Tengo que aceptar que la casa era hermosa. Un pequeño porche con tres escaleras te daban la bienvenida a la enorme casa.
—Enzo, ¿dónde está mi padre? —preguntó nada más bajar del coche.
—Está en una reunión, señor. Me ha dicho que les acompañe a la casa para que se puedan instalar. El señor vendrá para la hora de comer.
—Si es que viene —susurró por sí mismo—. Conocemos el camino, no te preocupes.
Alessandro tomó mi mano y entramos en la casa. Me sorprendí de lo hermosa que era también por dentro. Las paredes blancas y limpias creando un lienzo neutro que da la sensación de amplitud y luminosidad. El suelo de mármol blanco y las amplias ventanas que dejan entrar la luz natural.
Hay que decir que el hombre tiene buen gusto para su casa.
El mobiliario minimalista adorna el espacio con colores simples y neutros, creando un ambiente acogedor y sin complicaciones. La mesa de centro de cristal le da un pequeño toque moderno sin saturar el espacio.
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Entre París y Berlín
RomanceTras tener que dejar España para estudiar en la universidad, Valentina llega con toda la ilusión a Milan, el sitio que siempre ha soñado desde pequeña. Pero todo cambia cuando a través de Tinder conoce a Alessandro, un chico borde que consigue saca...