El desayuno que prepararon los abuelos de Alessandro fue uno de los mejores que hubiera podido tomar. Habían preparado todo tipo de bollos: normales, con chocolate a dentro, con crema... También habían preparado un buen chocolate caliente. Estaba todo riquísimo.
La bienvenida había sido mucho más cálida de lo que jamás hubiera podido imaginar. Sus abuelos me trataron como si fuese una de sus nietas, el sentimiento de proximidad fue una sensación muy agradable.
Durante ese desayuno estuvieron contando anécdotas de todo tipo, incluso en algunas ocasiones Alessandro se había avergonzado. Creo que no lo había visto tan feliz como cuando estaba con su familia.
Incluso sacaron un álbum de fotos y me estuvieron introduciendo a toda la familia. Algunas fotos eran bastante antiguas, pero eran todas preciosas. Salían sus abuelos cuando eran más jóvenes y me contaron que se conocieron cuando empezaron la universidad aquí en Florencia, y que desde entonces han estado juntos. Me pareció una historia de amor muy bonita.
Me preguntaron por mí y mi familia, les conté que vivían en España y que había venido aquí porque mi abuelo vivió durante muchos años en Milán y me transmitió el amor por la ciudad.
Después de un buen rato hablando, sus abuelos se tuvieron que ir. Por lo que nos despedimos, me pidieron que volviera pronto, y les prometí que lo iba a hacer.
Alessandro me acompañó hacia su habitación para dejar nuestras cosas. Esta no era muy grande, pero guardaba recuerdos de cuando vivía en esa habitación. En las paredes había colgados algunos póster de motos, en las estanterías algunos libros antiguos llenos de polvo, y encima del pequeño escritorio algunas fotografías en las que parecían estar él y su hermana pequeña hacía unos tres o cuatro años.
Me había avisado con antelación de que solo tenían una cama, en la que tendríamos que dormir los dos, pero que si no me sentía cómoda, él no tenía problema en dormir en el sofá. Pero no sería la primera vez que dormíamos juntos, y era su casa, no iba a permitir que durmiese en el sofá.
Alessandro vació un cajón de su armario para que pudiera dejar mis cosas, aunque no le fue muy difícil vaciarlo debido a que no tenía mucha ropa. Deshice mi pequeña mochila y cuando acabé me puse a mirar todos los libros que tenía en la estantería. La mayoría eran clásicos como Cumbres borrascosas, Orgullo y prejuicio... Incluso tenía una copia de la Iliada y de Homero, Hamelet, Romeo y Julieta, ...
—No hubiera imaginado que tuvieras tantos clásicos —dije sorprendida.
—Solía tener más libros, pero digamos que no cabían todos en mi estantería y me vi obligado a escoger cuáles se quedaban.
—¿Los has leído todos?
—La gran mayoría sí.
—¿Y te gusta? Leer y escribir digo.
—¿De verdad crees que si no me gustase estaría estudiando lingüística y estudios literarios?
—También tienes razón —dije mientras me sentaba a su lado con el ejemplar de Orgullo y prejuicio entre mis manos—. ¿Sueles escribir mucho?
—Ahora menos que antes. Me solía servir como escapatoria. Escribir breves historias me ayudaba a evitar la realidad. Después se los mandaba a un profesor que tenía y él me los corregía para que los pudiera mejorar.
—A mí me da vergüenza —admití en un susurro—. Me da vergüenza que la gente lea lo que escribo. Me refiero a gente que conozco.
—¿Y eso?
—Siento como si mis escritos no fuesen lo suficientemente buenos y no les fuesen a gustar.
—Te entiendo. A mí al principio me pasaba, hasta que tuve un buen profesor que me enseñó, que no tiene nada de malo dejar que la gente lea mis escritos. Es una forma de mejorar, de que te digan lo que se puede mejorar. O que te ayuden a desarrollar una idea. A veces comentarlo con alguien y que te diga su punto de vista te puede sacar de un bloqueo.
ESTÁS LEYENDO
Entre París y Berlín
RomantiekTras tener que dejar España para estudiar en la universidad, Valentina llega con toda la ilusión a Milan, el sitio que siempre ha soñado desde pequeña. Pero todo cambia cuando a través de Tinder conoce a Alessandro, un chico borde que consigue saca...