Cuatro.

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Lo único que escuchaba eran sollozos, quejidos, algunos eran gemidos tanto como de placer y otros de dolor.

Estaba sentada mirando a mi alrededor, estaba en una celda. Era un calabozo, evidentemente.

Todas las celdas estaban hechas de rejas, todos veían a todos. Y fue así como los observé uno por uno.

Frente a mí tenía a un chico, aproximadamente de veintisiete años diría yo, estaba mirando hacia el techo con su boca abierta y sus ojos perdidos. No sabría decir si estaba muerto o vivo.

A mi derecha se encontraba una chica, tenía cadenas en sus brazos, muñecas y cuello. Los cuales estaban lastimados hasta poder ver la mismísima carne. De su boca salían colmillos y supuse que eran cadenas de plata.

A mi izquierda, un simple humano aterrado de ser el almuerzo, desayuno o cena de la vampira a mi lado. O de mí.

En mi caso me encontraba bien, solo me habían dormido, no estaba amarrada ni tampoco drogada como lo parecía el chico frente a mi celda.

Me preocupaba Clara. ¿Qué era este lugar? ¿Porqué hay vampiros encerrados? O humanos. Tenía demasiadas dudas y aún así nadie me las respondía.

Nunca había estado en esta ciudad, jamás había visto a otro vampiro que no sea Nana. Es un mundo diferente a Whiteout.

Las puertas se abrieron, distrayendo mis pensamientos. Se oyeron unos pasos hasta que alguien paró en mi celda. Era James.

Mi cuerpo se estremeció de tan solo pensar qué pasaría ahora. Pero algo me decía que mantuviera la calma, a menos que quisiera terminar aquí de nuevo con todo el cuerpo adormecido.

Abrió la celda y me puse de pie, para que luego el colocara unas esposas en mis manos y así, salir de aquel calabozo. Dejando a aquellos de mi misma especie sufrir.

Luego de subir escaleras repletas de humedad y frío, llegamos a lo que sería la cocina del lugar. Allí se encontraban personas almacenando lo que serían bolsas de sangre en la gran heladera del lugar. Se olía demasiado bien.

Al sentir ese aroma mí estómago se contrajo, haciendo que liberara un pequeño quejido. Hacía días que no consumía sangre humana, la sangre de aquél conejo estaba dejando de hacer su efecto. No puedo usar mi poder, y apenas puedo mantenerme de pie.

Cruzamos dicha habitación y dimos con una pequeña sala de estar. Las paredes estaban repletas de libros y en el medio de la habitación había tres sillones. En uno estaba Clara, en otro el hombre a quien empuje y parado en una de las columnas de las paredes estaba Charles.

Miraba al frente, como si no acabara de entrar.

- Siéntate - Ordenó James.

Sentí como sacó aquel me liberaba de la presión de las esposas.

Tomé mis muñecas con mis manos, frotandolas para luego tomar asiento en uno de los sillones. Miré a Clara, estaba con la mirada perdida, sus ojos estaban rojos, pero no de aquel rojo. Si no de un rojo que indicaba que había llorado.

En el otro sofa se encontraba dicho hombre, mirando a Clara con asombro y dolor.

- ¿Que quieren de nosotras? - Pregunté, rompiendo el silencio. - ¿Porque hay un calabozo? ¿Qué es todo esto? - Estaba impaciente.

Clara aún miraba al suelo.

- Te explicaremos todo - Expreso el hombre, estirando su mano para estrecharla con la mía.

Me alejé de él, sentándome un poco más lejos.

El, entendiendo, retiro su mano y solo se dedicó a hablar.

Hands Tied.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora