Tres.

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Lo miraba con detenimiento, tranquilidad y ansias. Su respiración era rápida, sabía que alguien estaba a punto de matarlo y ser devorado.

Dio pequeños pasos, analizando el terreno y esperando poder salir de esa incomodidad que sentía. Fue entonces cuando lanzo la flecha que estaba en mi arco, dándole en el corazón.

Su amigo pegó un susto, echando a correr pero aún podía darle con la otra flecha. Me dispuse a observarlo para poder dar en el blanco.

- ¡Déjalo! - Grito Clara, empujandome y tirandome al suelo.

- ¿Y ahora que tienes? - Estaba sería, ya habían pasado días desde que había ingerido sangre humana, necesitaba sobrevivir o en su defecto iba a morir. - ¿¡Quieres morir!? - me levanté furiosa.

Clara negó con su cabeza.

- Pues entonces ayuda, y no estorbes. - Me dispuse a caminar hacia aquél animal que tenía mi flecha en su pecho. Un conejo.

Un maldito conejo en toda la semana - Pensé.

Mi estómago se retorció de tan solo pensar en digerir su sangre, pero era lo único que había.

Lo tomé en mis manos y lentamente lo llevé hacia mi boca, introduciendo mis colmillos y succionando su sangre. Tenía un sabor horrendo, pero poco a poco podía sentir cómo mi cuerpo recuperaba cierta fuerza.

Solté al conejo y de espaldas se lo ofrecí a Clara.

- No gracias. - Respondió seca.

Solté un pequeño quejido, ya estaba cansada.

- Tienes que comer Clara - Me puse de pié, giré y fui hacia ella. - No puedo cargar contigo, necesito que tengas fuerzas. - volví a ofrecerle el conejo.

Lo miró con tristeza.

- Deja de lado tus sentimientos, por favor - supliqué.

Entre lágrimas tomó al conejo y poco a poco fue succionando de él. Obviamente, entre lágrimas y sollozos.

Me senté frente a ella a observarla. Realmente odiaba esta vida, se le notaba a miles de kilómetros. Recuerdo que Clara antes intentaba cocinar, iba a comprar al mercado del pueblo, comía fruta y demás, pero todo le caía mal porque no consumía lo esencial. Deseaba con todas sus fuerzas tener una vida común, y no tener que asesinar personas o comer animales.

Si bien Clara asesinaba a ciertas personas, era muy selectiva. A veces iba a la enfermería del pueblo para visitar a aquellos pacientes que estaban por morir, acabando con su sufrimiento.

Coincidíamos en no asesinar inocentes.

Aún seguía llorando, al terminar con el conejo lo dejó de lado y limpió su boca, volviendo a tener en sus ojos aquel celeste brilloso. Estaba cansada. Sus ojeras eran más grandes, su cabello negro estaba seco, sus uñas se partían, y su ropa estaba como la mía: hecha un desastre.

En esta semana volvimos al pueblo en busca de algún sobreviviente, pero todos estaban en la hoguera. Solo allí quedaban sus cadáveres entre las ratas, que comían lo último de ellos.

Estaba por ponerme de pié cuando sentí una presencia extraña. Algo no andaba bien, y si podía sentirlo, mucho menos. Tomé a Clara de la mano y trepe uno de los árboles.

Al cabo de unos minutos apareció él, con su cabello oscuro y sus ojos miel. La rabia me invadió y las ganas de arrancarle sus órganos no me faltaban.

Suspiré para tranquilizarme.

Miré a Clara, a pesar de su debilidad también lo miraba con ganas de mínimamente patearlo.

Hands Tied.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora