Notas de Greta

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Nota 1:

Mis cumpleaños siempre habían sido los mismos, debo aceptar que jamás he gozado de una vida social muy envidiable; en realidad, ahora que lo pienso, no tenía muchos amigos fuera de los límites que papá y mamá imponían. Es por eso que estar delante de todas esas caras que no reconocía ya no me incomodaba tanto como en mis primeros cumpleaños, o al menos los que yo lograba recordar.

El feliz cumpleaños se entonaba en coro mientras me inclinaba frente al gran pastel de merengue en la mesa, algunos incluso me animaban a soplar las velas, pero yo aún no estaba lista..., quería tomarme mi tiempo pues un deseo debía pensarse con cuidado.

¿Qué podía desear? Ninguna de las cosas que se me ocurrían me convencían, no quería pensar de forma banal, al menos este año no, sonreí de lado al decidir qué quería pedir.

Entonces soplé.

La última frase de la canción se fue al mismo tiempo que la flama de la última vela que me quedaba por soplar y mientras todos aplaudían pude ver como si mi deseo volara en el humo, solo me quedaba rogar porque se pudiera cumplir.

—¡A comer pastel! —papá me abrazó brevemente, dejando un cariñoso beso en mi cien. Correspondí su gesto, aunque fue breve, pues me abrí paso entre toda la gente buscando un lugar más solitario.

Mientras caminaba entre todos agradecía los buenos deseos de algunas personas que me trataban como si fuéramos amigos de toda la vida, cuando la verdad es que ni siquiera sabía sus nombres.

Reposé mi espalda en un pilar de mármol a pocos pasos de la puerta del jardín, tomé aire profundamente admirando el olor de la nieve aún lejos de derretirse. El frio recorrió mis piernas colándose por la suave tela de mi vestido, me abracé a mi misma evaluando seriamente si debía cambiar mi posición, pero la realidad es que no había lugar de la casa igual de calmado que este, eso era lo que me hacía rehuir la idea de rendirme ante el frio.

—Ya no podrás llamarme anciano, ¿te decepciona? —sonreí y giré levemente la cabeza.

Con su hombro recargado en el mismo pilar en el que yo estaba me sonrió, su cabello ya estaba un poco más largo que la última vez que nos habíamos visto y, aunque por unos pocos meses tendríamos la misma edad, su altura le ganaba a la mía por demasiado.

Nunca lo había visto tan bien arreglado, normalmente mi amigo parecía un skater que se pasa el día en el parque de patinetas, hoy no era el caso; vestía unos pantalones grises de vestir con una playera negra de manga alta y cuello de tortuga fajada en el pantalón, unos zapatos de vestir como los de su padre -eso me hizo hacer una mueca, ver su parecido con su padre a veces me inquietaba- pero la joya de la corona era el largo abrigo gris que le llegaba por debajo de la rodilla.

—Dios mío, ¿qué te han hecho? Nos dejamos de ver un par de semanas y ya pareces un mafioso secuas de tu papá—reí pasando mi mano por su pelo, tratando de despeinarlo un poco, algunos restos de nieve cayeron de él.

Fue entonces que todo me hizo sentido, sus mejillas sonrojadas al igual que la punta de su nariz y la nieve en su pelo eran la evidencia de su crimen. Abrí mi boca sorprendida y tratando de mostrar lo ofendida que estaba.

—Atlas Liberty, no me digas que acabas de llegar, ¡llegaste tarde a mi fiesta de cumpleaños!

—Bien, si, no me da vergüenza admitirlo—le restó importancia mientras me plantaba cara, tuve que alzar la barbilla para sostener la mirada—. A ti te debería dar pena el hecho de que apenas notas eso.

Llevó su mano al pecho simulando dolor, se arqueó un poco y fingió un sollozo tan fuerte que algunas personas comenzaban a voltear.

Rayos.

Días de Sol©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora